Fernando Bernués o la emigración teatral


Si pensamos en la práctica totalidad de los directores de escena que han logrado notoriedad y prestigio en el teatro español de las últimas décadas, nos encontramos que salvo mínimas excepciones, todos han desarrollado lo básico de su carrera en torno a núcleos de creación instalados en Madrid o Barcelona. De ahí que ver a hombres de teatro como Fernando Bernués, que ha logrado instalarse en el Olimpo con su compañía Tanttaka Teatroa y desde la periferia, es toda una proeza. Ello no quita que también sea reclamado desde otras unidades de producción de fuera del País Vasco, como en la última ocasión que su grupo ha coproducido con el Centro de Artes Escénicas de Reus, con quien ya había tenido un par de felices encuentros previos (Paradero desconocido y Carta de una desconocida).

La nueva experiencia ha triunfado por Cataluña y esta semana ha llegado a en versión castellana al Teatro de la Abadía de Madrid, donde estará, hasta el 6 de marzo, La mujer justa, la versión teatral realizada por el escritor Eduardo Mendoza de la novela del húngaro Sándor Márai. Y al frente del reparto una de las grandes damas de la escena, Rosa Novell acompañada por los actores Ana Otero, Camilo Rodríguez, Ricardo Moya y el violinista Oriol Algueró.

Casualmente Bernués había tenido una experiencia intensa cuando leyó hace pocos años esta novela, coincidiendo con un viaje a Budapest. Allí transcurre esta historia de pasión, mentiras, traición y crueldad contada, desde ópticas y miradas diferentes, por los tres protagonistas que la vivieron. "Pero no sólo hay monólogos ya que dentro de la narración se rescatan situaciones que se convierten en acciones", dice Bernués quien sostiene que Mendoza ha respetado básicamente la voz de la novela y que ha tenido una gran complicidad con el escritor.

El propio Bernués no tiene claro como, él y Tanttaka, han llegado a estar considerados todo un referente en el teatro contemporáneo español: "No sé cómo hemos conseguido ser conocidos; aunque está claro que tendrá que ver con lo de ser rigurosos con las decisiones que uno toma y produce y teniendo claro, como nos dijo Alfonso Sastre, que el nexo de nuestras elecciones siempre es el hombre; por otro lado no tenemos una línea clara y cambiamos mucho de género o de estilo", señala el director que hace no mucho decidió poner en pie la primera y premiada obra de Rafael Herrero, No me hagas daño, porque el texto "me cautivó muchísimo y el montaje funciona maravillosamente".

También sabe que la puesta en escena de El Florido pensil, adaptación teatral del texto de Andrés Sopeña Monsalve, les abrió muchas puertas: "Seguramente no será dramáticamente lo más rico que hemos hecho, pero supuso un paso adelante a la hora de darnos a conocer y acceder a espacios antes inalcanzables".

Apunta que Tanttaka, como modelo de creación periférica con el que vivir, se ha acabado: "Yo no hay circuitos, antes las producciones tenían una vida por delante de más de cien funciones en poco tiempo y hoy un montaje puede llegar a tener una gira de 40 funciones en dos años, lo cual es insostenible", y añade, "hay una perversión que nos obliga a tomar decisiones, si no empieza a darse una complicidad entre exhibidores y creadores esto va a ser muy difícil, ya se empieza a notar, en Euskadi no hay marcos de producción pública, se ha hecho esfuerzo en los espacios, pero la creación ha quedado de la mano de dios". Aunque al menos en el circuito vasco las administraciones públicas pagan, no como en otras comunidades, pero no pueden vivir de eso.

Para Bernués allí las producciones cada vez son más frágiles y menos competitivas: "La gente sale a comprar y en el mercado y hay cosas muy buenas, de teatro públicos, que se confronta con una creación muy debilitada y raquítica. Si no se da una sinergia entre lo privado y lo público, sería el momento de plantearse qué hacemos con la creación y dejar clara la necesidad de que haya un marco de producción pública, se llame como se llame".

Se muestra quejumbroso porque desde que desapareció Artescena, un proyecto de hace tres lustros, que duró sólo cuatro años, para hacer algo en ese sentido, ellos ya no pisan el CDN ni grandes escenarios públicos: "No estamos jugando en esa liga, cuando es más que reconocido que hay energía creadora para poder abordar formatos así".

Una de las consecuencia de esta situación es que cargan continuamente con la sensación del autoexilio: "Artísticamente somos emigrantes, yo no soy un director vasco, sólo cuando sales de allí es cuando hay una cierta proyección de tu trabajo".

En cualquier caso Bernués no deja de estar lleno de proyectos, como la puesta en escena en el Instituto, de Bernard Etxepare, el primero que escribió en euskera en el XVI; una adaptación teatral de la novela Contra el viento del norte y a largo plazo una adaptación del El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga.

En cualquier caso Bernués no deja de estar lleno de proyectos, como la puesta en escena en el Instituto, de Bernard Etxepare (1480-1545), el primero que escribió en euskera en el XVI; una adaptación teatral de la novela Contra el viento del norte y a largo plazo una adaptación del El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga.

"Sé perfectamente que no soy un figurón de la escena", dice sin tono de resignación, "porque en la vida hay que elegir, cuando estás en esto hay que decidir si trabajar desde eso que se llama provincias o instalarme en los marcos de los grandes centros de exhibición y creación". Y eligió. "No me quiero comparar, pero el creador que más me interesa y el más vanguardista es Carles Santos, y no es conocido por el gran público", dice este hombre que confiesa que su obsesión es encontrar mecánicas para que el teatro se haga en un ámbito muy cercano a donde se esté produciendo: "Modelos como La Abadía son sostenibles en muchísimas ciudades y me gustaría encontrar la clave para hacer teatro cerca de mi casa y que luego viaje para que lo vean por otras partes".

Fuente: Rosana Torres (www.elpais.com)

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