LA SONRISA ETRUSCA


TEXTO: JOSÉ LUIS SAMPEDRO
ADAPTACIÓN: JUAN PABLO HERAS GONZÁLEZ
DIRECCIÓN: JOSÉ CARLOS PLAZA
INTÉRPRETES: HÉCTOR ALTERIO, JULIETA SERRANO, NACHO CASTRO, ISRAEL FRÍAS, SONIA GÓMEZ SILVA, CARLOS MARTÍNEZ ABARCA, CRISTINA ARRANZ y OLGA RODRÍGUEZ
PRODUCCIÓN: PENTACIÓN ESPECTÁCULOS
TEATRE GOYA

De sonrisas, pocas, ya lo aviso, quizás heladas a la salida al ver que el resultado de la adaptación teatral de otra novela había sido fallida. José Luis Sampedro describe esta obra como una caricia para los sentidos, al ver al personaje de Héctor Alterio, Bruno, como claudica ante su enfermedad, abandona el pueblo y se va a vivir a Milán con su hijo, su nuera y su nieto para recibir los tratamientos adecuados. No será la medicina la que le devuelva la vitalidad, sino su nieto y su nueva compañera de viaje, Hortensia (Julieta Serrano).

Al montaje le sobra texto y divagaciones varias sobre todo en boca de Bruno. Le sobra esa voz en off, que por características técnicas de la sala se pierde hasta no entenderse ninguna de sus frases en más de una ocasión. Héctor Alterio vaga por el escenario como si le costase trabajo andar, hablar y se acabara de levantar por la mañana, su falta de fuerza es desesperante. Le acompaña una Julieta Serrano que inspira todo lo contrario, fuerza, emoción, pero ella sola no puede salvar la función. 

Los personajes secundarios están muy desdibujados, y a veces más que aportar, molestan. Otro de los principales problemas del montaje es la dicción y el engolamiento que parece ser la solución de lo primero, pero que no consigue más que agravar la situación. El caso más acuciante es el de Renato (Nacho Castro), hijo de Bruno, cuya dicción llega a resultar incluso molesta en determinados momentos.

En tiempos de crisis, las escenografías también sufren. Aquí observamos tres paredes donde se van proyectando diferentes ambientes. Este escaso cambio de muebles, unido a un texto donde la acción brilla por su ausencia y cada salto de guión es interminable, convierten al montaje en un cúmulo de escenas aburridas y faltas de la frescura y la ternura que su autor quiso para ellas.

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