"Esta obra es como una Biblia"




Han pasado casi 15 años desde que Lluís Homar (Barcelona, 1957) dirigiese para el Centro Dramático Nacional El Tiempo y una habitación. Una larga ausencia en la que el actor catalán se ha volcado en su carrera cinematográfica rodando a las órdenes de maestros como Almodóvar (La mala educación y Los abrazos rotos), Julio Medem (Caótica Ana) o Montxo Armendáriz (Obaba) y que, ahora, llega a su fin con el estreno de su monumental Luces de bohemia, uno de los mayores retos de su carrera.

No dirigía nada desde hace más de una década, ¿por qué ha decidido volver?

Gerardo Vera llevaba insistiéndome que hiciera algo para el CDN desde que empezó. En principio, iba a ser una colaboración como actor, pero luego me propuso que leyera Luces de bohemia. Lo hice pensando de antemano que le iba a decir que no, pero la obra activó en mí un resorte que yo pensaba que estaba guardado en los más hondo de mi guardamueble mental y supe que tenía que hacerla.

¿Qué tiene esa larga noche de Max Estrella y Don Latino de Hispalis para provocarle ese flechazo?

Peter Brook decía que cuando uno escoge un texto siempre hay algo de irracional en la elección. Es una sensación difícil de describir, pero sentí unas conexiones con él que me fascinaba. Me enamoró.

Un 'amour fou' dada la complejidad de llevar este texto a las tablas...

De hecho, suelen decir que es más literatura que teatro y que es irrepresentable. Llevo dos años detrás de este proyecto. Lo primero que quería hacer era crear una compañía para investigar cómo podíamos llevarlo a escena. Hay 50 personajes e iba a ser un trabajo titánico para los actores.

Hay varios primeros espadas en el elenco, pero el premio gordo se lo ha llevado Gonzalo de Castro...

Sí, le conozco desde hace 20 años y soy muy fan de su trabajo. Creo que en su personalidad hay algo muy singular que se transmite a sus personajes. Nos pasa a todos los actores, pero a él especialmente. Conociendo su alma, le veía muy afín a ese héroe trágico que es Max Estrella. Además, hay otro factor: Gonzalo tiene la misma edad que Alejandro Sawa, el bohemio que inspiró a Valle-Inclán para la obra. Se le suele representar como un héroe crepuscular y me gustaba la idea de devolverle a su edad.

¿Usted no se sintió tentado a participar como intérprete?

No, la última vez que dirigí fue Hamlet en 2000 y también lo interpreté, pero con una obra tan inmensa sería una temeridad por mi parte.

¿Siente la presión por atreverse con una de nuestras cumbres de la literatura?

Sí, yo además vi aquel montaje mítico en el Odeón de París en el que intervinieron José María Rodero y Manuel Aleixandre. Su recuerdo pesa, pero se hizo hace más de 20 años y esta obra debería representarse cada tres años, según mi opinión. Para mí es como la Biblia, hay una espiritualidad laica en ella. Son 15 escenas como los pasos del Vía Crucis y tiene algo de ese ritual. Respetando a Lorca, la veo como nuestra pieza fundamental del siglo XX. Supone el paso de Valle-Inclán del modernismo al esperpento y él mismo decía que su obra anterior era «musiquilla para violín». Aquí, por primera vez, se asoma a lo social y lo político y ve el abismo que hay en uno.

Su puesta en escena, a pesar de la poesía del texto, es bastante realista...

Bueno, no usaría ese calificativo. Hemos intentado trabajar desde la verdad, no desde el naturalismo. Tiene un tono complejo porque es pura tragicomedia, no te puedes quedar en la farsa ni solo en el drama. Sí es muy realista el vestuario de los personajes, los hemos caracterizado casi cinematográficamente, con mucho mimo, y hemos planteado el escenario como un espacio vacío en el que se suceden las escenas.

¿Le preocupa lo que diga la crítica de esta apuesta?

La mejor crítica que esta obra puede recibir es que alguien salga y diga: «¡Qué maravilla es esto que estudié en el colegio!». Lo que digan los entendidos, o los que escriben en los periódicos, que no es lo mismo, me importa menos. Aunque no te voy a engañar, claro que me afecta. En cualquier caso, éstas no son las luces de Lluís Homar, lo hemos creado entre todos como compañía y la palabra que define el espíritu del montaje es mancomunidad.

En los últimos tiempos se ha volcado en el cine y la televisión dejando a un lado su carrera teatral. ¿Este montaje cambiará su trayectoria?

Yo creo que sí. Con este proyecto he redescubierto el teatro y me he reconectado con cosas que estaban dentro de mí y estaban algo oxidadas. Ha sido una sacudida importante que seguro que tiene consecuencias...

Fuente: José Luis Romo (www.elmundo.es)

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