Cirque du Soleil, de vuelta al origen

Fuente: Miguel Ayanz (larazon.es)

¿Hay algo más básico, más inherente al concepto que todo el mundo tiene del circo, que los payasos? Acaso un circo pueda pasar sin leones, sin equilibristas, sustituirlos por más trapecistas o sin más prescindir de éstos. Pero los payasos son una constante. En Kooza, el espectáculo que a comienzos de enero recuperó el Cirque du Soleil en Londres, los payasos son los reyes. También la simplicidad y el riesgo, dos variables que la gran compañía canadiense había cambiado con mayor o menor fortuna, en algunos de sus títulos recientes, por otras como la teatralidad o la espectacularidad. Donde Corteo apostaba con éxito por una compleja puesta en escena de belleza felliniana o Zarkana intercalaba una cuasi ópera rock de elaborada tecnología, Kooza, un montaje de 2007 visto en Canadá, Japón y EE UU, pero que no nos había visitado aún, vuelve a los orígenes: puro circo y alegría, números espectaculares en vez de escenarios epatantes y un mayor protagonismo del clown. «Sigue siendo básicamente Cirque du Soleil, pero con raíces clásicas. No trata de ser nada más que lo que es», explicó recientemente en Madrid su creador y director, David Shiner.
La rueda de la muerte


«Me centro mucho en los artistas, en una historia sencilla que sea fácilmente comprensible. He tratado de buscar los mejores acróbatas que he podido para el show y los mejores clowns. Tu espectáculo es tan bueno como lo son tus artistas». Y esto, dicho por alguien que antes de meterse a dirigir fue un prestigioso payaso, tiene doble valor. En pleno corazón aristocrático londinense, en el imponente y circular Royal Albert Hall, Kooza se abre a sus 4.000 espectadores –suelen ser 6.000, pero ha habido que prescindir de parte del aforo para encajar el escenario– como una caja de sorpresas de vivos colores en la que el rey, el inocente, el timador, el maquinista o el perro loco son algunos de los habitantes cómicos de la pista. En el resto de la gira el espectáculo se verá, como es habitual, en la carpa del Cirque, con capacidad para 2.600 espectadores. En Madrid, el Grand Chapiteau estará instalado en Puerta del Ángel a partir del 1 de marzo. Y traerán, esta vez sí –«Zarkana» se lo dejó en Nueva York–, el número roba aliento de la rueda de la muerte, uno de los más impactantes en el que dos artistas se la juegan en una enorme estructura giratoria metálica con forma de ocho de cerca de una tonelada de peso. Pero no es el único que el público de Londres aplaudió a rabiar: una trapecista individual que salta en el aire a toda velocidad, un dúo de monociclo que parece desafiar los puntos de gravedad, un artista asiático de cuidada elasticidad y fuerza que se eleva sobre sus manos en una torre de sillas de siete metros de alto o los ejercicios aéreos de una troupe en la báscula, clásicos pero efectivos, están entre lo mejor de un espectáculo redondo en la parte técnica. También uno de los de menor formato del Cirque. La estética, como siempre, va en gustos. La apuesta de Marie-Chantalle Vaillancourt para el vestuario bebe de los cómics, de la pintura de Klimt, Mad Max, los viajes en el tiempo, la India y Europa del Este,según explica la compañía. «En esencia, menos es más. Ésa es mi filosofía. Pero a la vez es muy colorido, hay preciosos vestidos, mucha comedia, tiene personajes estupendos y tiene mucha poesía», prosigue Shiner. Aunque, asegura, la melancolía se queda fuera. «Es un espectáculo ganador», sentencia el director con entusiasmo.
El arte de robar
Uno de los números más curiosos lo protagoniza un carterista profesional, que saca a un «voluntario» del público al que despluma con habilidad mientras le marea con una cháchara rauda. El reloj, la cartera, incluso la corbata de un tal Alf, volaron en segundos. El Cirque hizo su propio casting para este número: convocó en la cafetería de su sede a carteristas y vió cómo se defendían en plena faena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario