El Teatro Real prende fuego a Disney para descongelar su mito



Fuente: Benjamín G. Rosado (elcultural.es)

Existen varias biografías sobre Walt Disney pero Gerard Mortier ha recurrido a la ficción para el retrato grotescamente humano que encierra la nueva ópera de Philip Glass (Baltimore, 1937), que se estrena este martes en el Teatro Real. El libreto de The Perfect American está basado en la novela homónima de Peter Stephan Jungk que relata los últimos meses de vida del dibujante y empresario norteamericano. De Walt Disney se ha dicho que nació en Mojácar y que permanece criogenizado a la espera de que la ciencia encuentre remedio contra el cáncer de pulmón que acabó con él en 1966.“Pero lo cierto es que vino al mundo en un pueblo de la América profunda de Missouri -cuenta a El Cultural el autor de esta sátira antipática- y que su familia desoyó su última voluntad de ser inmortal”. En vez de congelarlo, decidieron incinerarlo y depositar sus restos en un cementerio cerca de Hollywood.

A lo largo de diecisiete óperas, Glass ha musicado las hazañas de Einstein, Gandhi, Akenatón, Galileo, Kepler, Colón y los hermanos Grimm. Ésta es la primera vez que trabaja con la memoria de un compatriota por el que, a pesar de todo, no disimula su admiración. “Hablamos de un genio visionario que no tenía estudios universitarios que, por no saber, no sabía quién era Warhol. Por eso fue capaz de conciliar lo popular y lo culto en sus películas”, cuenta el veterano compositor, que vuelve al coliseo madrileño tras el estreno, en 1998, de O corvo branco“Me fascina la manera en que recurrió al arte como forma de inmortalidad. Fue un soñador, un retrógrado y también un hombre de su tiempo. Toda esa complejidad me resulta muy atractiva”. Quizá porque los dos son representativos de una estética muy made in USA y también porque, como Walt, el compositor de Baltimore es un hombre hecho a sí mismo. Hubo un tiempo en que Glass llevaba a los ejecutivos del World Trade Center a comer al Upper East Side de Manhattan por menos de diez dólares. En aquella época trabajaba de taxista y sobrevivía como compositor, a medio camino entre la cochera y la Juilliard, donde coincidía por los pasillos con Steve Reich y otros ideólogos del minimalismo. “Sabía que no me equivocaba. Por dentro todos los semáforos estaban en verde...”.

The Perfect American fue un encargo de la New York City Opera antes de que Mortier renunciara a la dirección por desavenencias presupuestarias y ficharain extremis por el Teatro Real. Ahora llega a Madrid en una coproducción con la English National Opera, donde se estrenará en junio. Cuando se dio a conocer la noticia de que Mortier y él trabajaban en una ópera sobre el padre de Mickey, Glass recibió una llamada de la Walt Disney Company. “Querían leer el libreto, y les hice llegar una versión. No recibí respuesta. Entendí que no les entusiasmaba la idea pero que no harían nada para impedir el estreno”.

Por si acaso, el director de escena británico Phelim McDermott (Mánchester, 1963) se ha cuidado mucho de no recurrir a la iconografía de la marca en su montaje. Hay un elemento común a la mesa rotatoria, al proyector de animaciones y a la tonelada de papel con bocetos que invaden el escenario. “El fuego”, resuelve el regista. “El fuego como luz y color, como muerte y redención”. McDermott, que ha trabajado sobre todo en obras de teatro y en musicales, se enfrenta en Madrid a su tercera ópera, tras Satyagraha, también de Glass, y el reciente éxito de The Enchanted Island de Händel en el Met. “Es el género más vivo y también el más arriesgado. Todo sucede intensamente en un milagro de simultaneidades. Durante una hora y 45 minutos, Walt Disney volverá a la vida. No para ser juzgado ni tampoco venerado, sino para trasladar al público una pregunta incómoda: ¿quiénes somos realmente?”.

La mayoría de las licencias biográficas que se toma el libro, presentes también en el libreto de Rudy Wurlitzer, proceden del personaje imaginario de Wilhelm Dantine, furibundo exempleado de la compañía de dibujos que, arrastrado por las ansias de venganza, sigue la pista de Disney como si fuera Jerry Thompson persiguiendo al magnate de Ciudadano Kane. “De hecho, podríamos decir que en este caso Rosebud es Macerline, el pueblo donde nació y que mandó reproducir en la calle principal de Disneylandia”, continúa el autor de la novela, traducida en España por Turner.

Jungk nació en Los Ángeles en 1952, hijo de una cantante y un filósofo austriaco. Su interés por el personaje se remonta a las historias que un amigo de la familia, antiguo colaborador de Walt Disney, le contó cuando era niño.“Me hablaba de él como si fuera un Dios”. Después de publicar una biografía sobre el dramaturgo Franz Werfel, se juró a sí mismo que no volvería a escribir una “biografía real”.

Enmienda moral

En vez de bucear en los archivos de la sede de la compañía en California, Jungk recurrió al testimonio de Ward Kimball, uno de los ilustradores que formaron parte del famoso Nine Old Men de los estudios de Burbanke, y a sus propios recuerdos de infancia, sentado a los pies de los televisores de varios hoteles de la costa este de los Estados Unidos y de Europa . “Escribí del tirón una obra de teatro demoledora con la memoria de Disney. Aquella historia se quedó en un cajón hasta que en 2001, con motivo del centenario del nacimiento de Disney, decidí reescribirla en forma de novela”.

A parte de los dos protagonistas, que responden no casualmente a las siglas W. D., por la ópera desfilan otros personajes: su hermano Roy, su amante y masajista Hazel George, su esposa Lillian, un devoto Andy Warhol y el mismísimo Abraham Lincoln. Uno de los momentos culminantes de la ópera es la conversación que Disney mantiene en su parque temático con el autómata del decimosexto presidente de EE.UU. “Aquella máquina parlante representa los valores de la nación”, sostiene Mortier, “pero tras una discusión con el hombre que abolió la esclavitud Disney decide desconectarlo”. Y añade: “La ópera nos habla de uno de los hombres que más influyó en el consumo. No lo hizo por medio de la publicidad sino a través de los sueños de los niños”.

Hasta el 6 de febrero y a lo largo de ocho funciones, el foso del Teatro Real estará gobernado por Dennis Russell Davies (Ohio, 1944), que ha dirigido todas las sinfonías de Glass y la mayoría de sus óperas y estudios para piano. Es un fiel colaborador, pero sobre todo un buen amigo. Fue él quien, en 1992, le animó a componer su Primera sinfonía, inspirada en el álbum Low de David Bowie. “Llegó tarde a la sinfonía pero, como Bruckner, se adaptó pronto”. El propio Davies se encargó de estrenar en Linz su Sinfonía n° 9 a principios del año pasado para celebrar su 75 cumpleaños. “Superada la barrera psicológica de la Novena, le queda cuerda para rato. Vamos a estrenar laDécima, está trabajando en otras dos más y tiene pendiente el estreno en Linz de una ópera con libreto de Peter Handke”. Durante uno de los ensayos con la Sinfónica de Madrid, el maestro compara algunos momentos de The Perfect American con pasajes de la Cuarta y la Séptima de Glass. “Los músicos están respondiendo muy bien a la complejidad rítmica de la partitura, demostrando ser una orquesta de lo más disciplinada y flexible. Me atrevería a decir que esta formación tiene mucho más futuro en el repertorio contemporáneo de lo que algunos se piensan... ”. El reparto, en el que no hay nombres estelares, estará encabezado por el barítono inglés Christopher Purves, que antes de dedicarse a la ópera perteneció a un grupo de rock.

No es fácil meterse en la piel de un Disney misógino, racista y anticomunista, sobre todo a raíz de la huelga que sufrió su estudio en 1941. No contrató a un solo afroamericano, prohibió la entrada de Mohamed Ali en su parque de Anaheim, se negó a que las mujeres dibujaran (sólo se les permitía colorear las ilustraciones) y, en pleno macarthismo, colaboró activamente con el FBI para denunciar a algunos colegas, entre ellos Charles Chaplin, a quien años más tarde pediría perdón por carta. Son algunas de las lindezas de un monstruo condecorado con 32 Oscar que se hacía llamar tío Walt y al que los niños adoraban. “Mi nombre está en boca de más personas que el de Jesucristo”, se jactaba. El recuerdo de este americano imperfecto -depresivo, alcohólico y fumador compulsivo (apuraba tres cajetas de Lucky cada día)- se pierde hoy entre las luces y las sombras de un mito y en el equívoco de un nombre que alude al gran imperio de los sueños pero también a la pesadilla de un hombre atormentado y profundamente infeliz. “Walt Disney es mi mejor creación”, llegó a decir, a sabiendas de que ni el garabato de su firma había sido obra suya. Sin embargo, la música de Glass no se contamina de la crudeza del libreto. “Mi ópera es, sobre todo, americana”.

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