En la casa del crítico


Fuente: Patricia Ortega Dolz (elpais.com)

El día que el dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 1965) entró en la casa de Franco Quadri —el que fuera el crítico teatral más influyente de Italia, profundamente respetado en el resto de Europa y fallecido en marzo de 2011— descubrió dos cosas. La primera, que tenía dos casas gemelas en Milán: la de arriba era donde vivía el solo y la de abajo en la que trabajaba y recibía a la gente. La segunda, que se había topado con un hombre de pelo cano que tenía en la cabeza todo el teatro europeo del último siglo, alguien ensimismado, obsesionado, apasionado por la escena, que se ausentaba mentalmente durante minutos, merodeaba por la sala y regresaba con un papel en la mano: “El montaje está hecho desde la perspectiva del muerto”, estaba escrito de su puño y letra. Esa frase, garabateada en una hoja aparentemente perdida entre otras muchas de un escritorio, era la matriz de una de sus críticas en el diario La Repubblica. Una de esas por las que fue amado y odiado. Una más de las muchas que acabaron por convertir al crítico en una autoridad, en una referencia, en una especie de espejo de la verdad en el que muchos autores deseaban verse reflejados (reconocidos), para lo bueno y para lo malo. El crítico, visto como alguien que contribuye a que el creador averigüe si el último camino elegido ha sido acertado o equívoco, alguien capaz de descubrirle al autor su propia obra.

Aquel encuentro fortuito entre uno de los dramaturgos contemporáneos españoles más solventes y con más proyección internacional y el crítico por excelencia, al igual que ese papel que guardaba Quadri en su escritorio para su próxima columna, puede ser el germen de lo que podrá verse en el Teatro Marquina de Madrid a partir del 10 de enero. Mayorga lo ha titulado Si supiera cantar, me salvaría: EL CRÍTICO. Es su último texto y lo llevan a escena Juanjo Puigcorbé (el crítico) y Pere Ponce (el autor), dirigidos por el canario Juan José Afonso.

Mayorga pone sobre las tablas algo que él mismo vive como una necesidad, la de un interlocutor honesto, “un otro capaz de transformarte”, alguien con quien asumir el riesgo de enfrentarse y cuestionarse a uno mismo. Y mete al autor, llamado Scarpa en su ficción, en la casa del crítico, bautizado Volodia, como aquel héroe de la organización de pioneros de la ex Unión Soviética. Provoca un combate dialéctico en esa habitación en la que “se han destruido muchos nombres y muchos sueños”.
Pero no lo hace un día cualquiera, a cualquier hora, sino que da rienda suelta al morbo y genera el encuentro precisamente en el momento en el que el crítico se va a poner a escribir sobre la obra del autor, justo después de acudir al estreno de la función. Qué puede ser más obsceno para un dramaturgo que colarse en la habitación del crítico mientras escribe sobre su última obra.
— ¿Hay algún orden?, pregunta Scarpa mientras fisgonea en la biblioteca.
— Por supuesto, responde Volodia.
— No consigo encontrarlo
— Jerárquico. El orden de excelencia. Si un día se desata un incendio, sé por donde empezaré a llenar la maleta.
El primero es Rey Lear, el segundo Antígona, el tercero unas veces es Woyceck y otras La Tempestad... La excelencia, la búsqueda de la excelencia es el deseo velado que atraviesa todo el texto de Mayorga. El autor, desesperado por acertar en el manejo de su talento para darle impulso a su trayectoria. Y el crítico, ávido de dar con una función que le sobrecoja. Ambos, en una eterna correspondencia epistolar clandestina, en clave.
“El autor escribe su obra para el crítico, para conmoverle, acaba viviendo por y para para él”, apunta Ponce. “Un texto sabe cosas que su autor desconoce”, comenta Mayorga. “El crítico puede descubrir sentidos que no eran evidentes para ti mismo”, agrega.
“Una crítica mala puede ser una bendición para un autor”, dice Afonso. “En esta obra, la creación teatral acaba siendo la excusa por la que dos individuos se plantean cómo se enfrentan a sus vidas, cómo quieren vivirlas”, añade.
“Son las dos caras de una misma moneda unidas por una verdad inasible, que es el canto”, resume Puigcorbé. Desde el próximo jueves habrá funciones con público, pero el estreno no será hasta el día 15 de enero. Veremos que escriben después los críticos en sus casas.
Si supiera cantar, me salvaría: EL CRÍTICO. Teatro Marquina. Del 10 de enero al 10 de marzo. Entrada: 25 euros

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