25 años de una aventura muy clásica



Fuente: Rosana Torres (elpais.com)
Como si fuera una gran dama de la escena, la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) también se quita años. Al menos esa es una de las justificaciones que da su actual directora Helena Pimenta, al hecho de que estos días se estén celebrando las bodas de plata del nacimiento de esta unidad de producción del Ministerio de Cultura que fundó el recordado director, autor y actor Adolfo Marsillach y cuya primera representación fue en Buenos Aires en abril de 1986, como le gustaba hacer a María Guerrero con sus montajes, aunque aquí fue porque se programó en La Muestra de Teatro Español en Latinoamérica, en la que éste y otros espectáculos de Salvador Távora, Alfonso Sastre, García Lorca y José Luis Gómez, recorrieron varios países. Cierto es que de eso no hace exactamente 25 años, pero Pimenta recuerda que la efeméride coincidió con el cambio de dirección al frente de la CNTC, entre su antecesor Eduardo Vasco y ella. Además se ha tardado un tiempo en preparar una importante publicación conmemorativa y se ha querido que también coincidiera con el regreso de esta compañía a Buenos Aires.
Entonces y ahora la CNTC llevó a la capital mundial del teatro una puesta en escena arriesgada y nada acomodaticia de un Calderón. Marsillach eligió hace 27 años El médico de su honra, que se vio por primera vez en el más español de los teatros de la capital argentina, el Cervantes, levantado en 1921 por María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza. Pimenta, por su parte, llega con La vida es sueño, que hoy se estrena en el bonaerense Teatro San Martín, una auténtica catedral del teatro, que acoge este espectáculo que ha triunfado allá donde se ha visto (lleva casi un año de gira por España) y con Blanca Portillo, actriz a la que en Buenos Aires adoran como si fuera una de sus divas escénicas, después de aquel trabajo, también calderoniano, de La hija del aire, bajo las órdenes de Jorge Lavelli.
“Tengo mucho miedo porque el público bonaerense es muy exigente, pero por otra parte siento un profundo orgullo del trabajo que hemos hecho con estos personajes con conflictos profundos y difíciles”, comentó ayer Blanca Portillo, que aquí se ha convertido en el príncipe Segismundo, quien está deseosa de que en Buenos Aires ocurra lo mismo que viene ocurriendo con este montaje desde que lo estrenaron y allá donde lo han llevado. “Es de desear que salgan tan enamorados, como lo estamos nosotros, de estos personajes que entre Calderón y Juan Mayorga [responsable de la versión] han conseguido que hablen más que nunca de nuestros propios conflictos”
Además de recibir este montaje que ha significado uno de los más importantes de la CNTC en toda su historia, el Teatro san Martín también estrena en colaboración con esta unidad de producción Los áspides de Cleopatra, obra de Francisco de Rojas Zorrilla que se estrenará en Buenos Aires en septiembre, antes de viajar a España, bajo la dirección de Guillermo Heras y tras abordar talleres en torno al verso con el actor y director Gabriel Garbisu.
En 1986 la crítica y el público se quedaron sorprendidos, tal y como reflejamos los periodistas que asistimos al acontecimiento, con aquel Calderón que huía decididamente de la arqueología y con el que su fundador y primer director quería crear las bases “para dar un patrón, unas líneas, sin duda discutibles, con las que iniciar un camino, no interrumpido, sino inexistente, que sé complicado y difícil”.
Marsillach reconocía que la CNTC arrancaba “con siglos de retraso”, ya que el proyecto nacía dos siglos después que el National Theatrebritánico y tres siglos con respecto a la Comedie Française, que eran claros referentes. Para Marsillach suponía una gran dificultad ya que él debía basarse en la recuperación de una tradición que no existía, de manera continuada, en el teatro español, donde de manera esporádica se representaban clásicos por actores que más que interpretarlos los declamaban o, en el mejor de los casos, afrontaban el teatro clásico con una concepción muy romántica del mismo. Marsillach creó una forma naturalizada de decir el verso, sin que se perdiera ni el ritmo ni la cadencia.
Y con aquellos mimbres se hicieron estos cestos. La CNTC ha creado hábitos escénicos entre espectadores de muy diferentes edades y, lo que es mejor, ha incentivado para que muchas compañías y muchos profesionales del sector escénico hayan perdido el miedo a los clásicos, que no el respeto, aunque se tratase de lecturas vanguardistas y atrevidas de estos autores. Lo cierto es que los objetivos de Marsillach, fallecido en 2002, entre los que estaba la consolidación de grandes títulos del repertorio, la recuperación de obras menos conocidas del barroco español, la formación especializada en la representación de los clásicos se han cumplido, a pesar de ciertos baches que en algunos años atravesó la compañía y que han quedado olvidados tras el impulso dado por sus dos últimos directores, Eduardo Vasco y Helena Pimenta, quien va a tener la suerte de reinaugurar la principal sede, ya elegida por Marsillach, el Teatro de la Comedia de la madrileña calle Príncipe, comprado por el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) y cerrado desde 2002 para acometer una gran reforma que se dio a conocer en 2010.
A lo largo de estos 27 años se han puesto en pie espectáculos basados en obras de Agustín Moreto, Antonio de Solís y Ribadeneyra, Ramón de la Cruz, Diego de Figueroa y Córdoba, Fernando de Rojas, Francisco de Rojas Zorrilla, Gil Vicente, Guillén de Castro, José Carlos Somoza, José Zorrilla, Juan Ruiz de Alarcón, Luis Vélez de Guevara, Miguel de Cervantes, Molière, Moratín, Tirso de Molina
y en dieciocho ocasiones a Calderón de la Barca, las mismas que a su gran competidor Lope de Vega. Ello sin olvidar la presencia de muchas compañías invitadas con sus propios títulos y autores y las publicaciones especializadas que la CNTC aborda para dirigir al mundo universitario y de investigación en general, concebidas como puente entre la práctica escénica y los estudios académicos.

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