Alfredo Sanzol: "Es una gran época para los autores, pero no porque la crisis avive el ingenio"



Font: C. David Carrón (larazon.es)
Alfredo Sanzol, como la mayor parte de sus personajes, es un tipo que parece divertido, pero que habla de cosas muy serias. Así ha llegado al reconocimiento del público y también de la profesión. Lo primero es fácil teniendo en cuenta que escribe comedia, lo segundo es más complejo y tiene mucho que ver con su capacidad para guardar en la memoria la manera (bastante exacta) en que hablan las personas de su alrededor (sus abuelos y los vecinos de estos incluidos) y aplicarlo a grandes preocupaciones, que, por las bocas de sus criaturas, parecen livianas. Aunque ha triunfado por su faceta de dramaturgo, no ha dejado de dirigir textos ajenos. En los próximos días coincidirán en Madrid sus puestas en escena de «La importancia de llamarse Ernesto», de Oscar Wilde (teatro Fernán Gómez), y «Esperando a Godot», de Samuel Beckett (Centro Dramático Nacional).
Le ha tocado pelearse con dos de los grandes de la dramaturgia contemporánea y universal...
No me peleo. Si elijo estos textos es porque me divierten. Es algo así como salir de fiesta con estos dramaturgos. Ha habido épocas en la que parecía que los directores estaban peleados con los autores, pero creo que eso ya se ha pasado en los últimos años.
A ese tipo de directores se les achacaba que, en realidad, querían ser actores. Algo que, desde luego, no es su caso...
Ahí ya no me meto... Creo que somos una generación, que se forma en los ochenta, en la que ya no ocurre. Me interesan especialmente los autores-directores y los directores-actores. Quizá por cortedad de miras o limitación intelectual: ese es mi caso.
Como autor, tiene un estilo muy marcado, tanto, que con las primeras palabras que dice un personaje puede reconocerse una obra como suya. ¿Le ocurre lo mismo cuando solo es director?
A mí lo que me preocupa es encontrar la vida en una obra de teatro, y, a través de esa búsqueda, aparece la forma. Considero que en el caso de estos dos montajes hemos encontrado la manera de hacerles vivir. Cada uno tiene una personalidad. A mí me gusta identificar cada espectáculo como si fueran personas. Cuando los recuerdo, pienso en su carácter, su humor... Si ocurre eso, es que tienen vida.
Estrena dos textos universales, pero bastante diferentes, por ejemplo, «Esperando a Godot» parece estar menos pegado al contexto de cuando fue estrenado que «La importancia de llamarse Ernesto».
Tienen más cosas que les unen que diferencias. Los dos autores son irlandeses, pertenecen a una misma cultura, pero ambos son emigrantes, uno en Londres y otro en París. En ambos casos el humor es bastante importante, pues lo usan para entender la naturaleza del ser humano.
Y en ese punto, claro, se siente totalmente identificado.
Por supuesto. Es la razón por la que, incluso antes de dirigirlos, los dos textos me han inspirado como dramaturgo. Me han enseñado a escribir teatro. «La importancia de llamarse Ernesto» trabaja con la frivolidad de forma muy clara. Wilde decía en la propia obra: «Nunca hablo en serio de lo que me importa, eso es una cosa de banqueros». Esa apariencia frívola cuenta cosas profundas. En caso de «Esperando a Godot», es un humor más descarnado, pero también recurre mucho al gag y a la comedia pura. Ambos intentan ser ligeros, para hablar de cosas fundamentales.
Sin embargo, en el caso de la ópera de Beckett, usted mismo asegura que el público debe decidir si reír...
Es que Beckett no hace concesiones, tiene un componente de tragicomedia importante.
Sostiene que no se trata, como se dice, de una obra de teatro del absurdo, sino de un texto sobre lo absurdo que es el ser humano...
Hay dos clichés sobre «Esperando a Godot» que son falsos: que la obra no se entiende y que pasa muy poco. Todo lo que ocurre se comprende perfectamente y no dejan de sucederse situaciones, todas muy divertidas. Lo absurdo no está en el libreto, lo que cuenta es que el ser humano es absurdo, lo que me parece una diferencia fundamental.
¿Cuánto le ha pesado el halo de obra extraña a la hora de ponerla en escena?
Nunca ha sido una pieza que no entendiera. Por supuesto que tiene muchos elementos de misterio, pero eso no tiene nada que ver con lo incomprensible. La realidad está llena de cosas que no llegamos a conocer y eso es lo que cuenta.
Volviendo a Wilde, decía sobre «La importancia...» que era «una comedia trivial para gente seria».
Siempre hacía estos juegos de conceptos. Usaba mucho la antítesis, el oxímoron, la paradoja... Es una buena manera de hablar de la obra, aunque me parece un chiste. Tiene un sentido del humor del que bebe toda la comedia del siglo XX.
En ese sentido, parece más reconocido Beckett que Wilde...
No se por qué, pero es así. La crítica y los estudiosos de la cultura dejan en un segundo plano todo lo que tengan que ver con el humor.
¿Ha sentido alguna vez esa maldición por ser un autor de comedia?
Pasa en la vida también. Si quieres que te tomen en serio, tienes que ponerte serio. Creo que tiene que ver con que los humanos tienen gran atracción por lo literal. Intentamos poner orden y eso nos da mucha confianza: por eso funciona el melodrama, porque es para llorar, pero cómo te vas a reír de algo importante...
¿Le va a dar por ponerse más grave, o, como Wilde, solo sabe hablar de cosas importantes con risas?
Es que cuando me pongo serio, que suele ser en casa, me siento batante ridículo. Me tomo la vida muy en serio y eso me da mucha vergüenza.
Lo que sí ha cambiado es la queja de hace unos años de que nos faltaban autores vivos...
Se están recogiendo frutos de la libertad de expresión que tenemos desde los 80 y de la inversión en artes escénicas en formación... Los autores, aunque no hablamos en nombre de nadie, somos la voz de la sociedad española. Contamos las historias que les pasan a la gente que tenemos alrededor. Eso hace que la propia sociedad se reconozca en sus autores. Si ahora hay un buen momento con la autoría me gusta recordar que es por el esfuerzo hecho en años precedentes, no porque la crisis agudice el ingenio. Casi todos los que estrenamos ahora hemos estudiado teatro. Hay un esfuerzo además por el reconocimiento social de la profesión.

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