Ignacio Amestoy: “La pasión de Dionisio Ridruejo fue luchar por una España justa”



Fuente: Liz Perales (elcultural.es)

Dionisio Ridruejo es uno de los disidentes del franquismo más admirados. Su transición de fascista revolucionario a enemigo de Franco y demócrata opositor al Régimen ha hecho correr mucha tinta, aunque no ha sido hasta ahora cuando su peripecia política e intelectual se ha hecho hueco en nuestras tablas. El Centro Dramático Nacional que dirige Ernesto Caballero, firme en su línea de representar obras que reflexionen sobre la Historia de nuestro país, ha rescatado una antigua pieza que Ignacio Amestoy (Bilbao, 1947) dedicó a este gran poeta e intelectual hace ya treinta años: Dionisio Ridruejo. Una pasión española. Dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente, la obra se mueve en el terreno del teatro-documento y el ritual. La acción tiene lugar en una residencia militar, los días 28 y 29 de junio de 1975, víspera de la muerte del poeta. Sus protagonistas son el coronel Arenas (interpretado por Ernesto Arias), que ingresó en el Ejército tras combatir en la División Azul y actúa como alter ego de Ridruejo, y un joven capitán de la Unión Militar Democrática (Daniel Muriel) que se mueve en la clandestinidad.

¿Por qué Ridruejo es “una pasión española”?
Para muchos españoles, Dionisio Ridruejo fue un espejo en el que mirarse. Ridruejo, no sin pasión, como otros muchachos españoles creyeron superar las “dos Españas”, izquierdas y derechas, precipitándose en la trampa del fascismo. Y él fue de los primeros en reaccionar. Primero, en los años cuarenta, contra los apaños del General, considerando que había traicionado una “revolución” que impulsó. Después, a partir de los cincuenta, contra la dictadura que oprimía a España, pero ya desde planteamientos absolutamente demócratas, llegando a fundar un partido socialdemócrata, la Unión Social Demócrata Española, la USDE. Ridruejo murió el 29 de junio de 1975, antes que Franco, y no llegó a la “tierra prometida”. El protagonista de la obra, el coronel Arenas, es uno de aquellos españoles que se miraron en el espejo de la vida de Ridruejo y en su doble pasión. Una pasión fue su lucha por una España justa. Otra, la que recorre su vida en pos de la libertad, como en un largo y generoso sacrificio, hasta su muerte.

Esta es una obra antigua, ¿cuándo la escribió? ¿Recuerda qué le llevó a hacerlo?
El personaje de Ridruejo me parecía el paradigma de los españoles que no estaban de acuerdo con el Régimen pero vivían en un exilio interior. Aunque mientras ellos, por muy diferentes causas, no habían reaccionado contra el dictador, Ridruejo sí lo había hecho, soportando exilios interiores y exteriores. A raíz del 23-F pensé que un antecedente de Suárez, que llegó a la democracia tras ser secretario general del Movimiento, era sin duda Ridruejo. Incluso, de haber vivido, Ridruejo podía haber jugado el papel de Suárez. Una frase de Salvador de Madariaga me orientó para sustanciar la propuesta teatral: “No es posible entender la trayectoria íntima de hombres rectos como Ridruejo si no se dilucida -al menos en lo fundamental- lo que de verdad es el Ejército”. Un Ejército español en el cual un puñado de jóvenes luchaban por la democracia, en un periodo en que personajes honestos como Laín Entralgo publicó Descargo de conciencia, un mea culpa conmovedor, como quise que fuera el periplo trágico del coronel Arenas.

¿Por qué ha tardado tanto en estrenarla?
Acabé la obra y se la pasé a Lluís Pasqual. Lluís, tras leerla, me confesó: “Ignacio, después de lo de La torna de Boadella, pienso que esta obra no se estrenará por lo menos hasta dentro de veinte años”. No acertó Lluís, han pasado más de treinta años y llega ahora a los escenarios gracias a Ernesto Caballero y a Juan Carlos Pérez de la Fuente. Aunque la censura desapareciera formalmente en el 77, hasta el 81 no serían exculpados por la jurisdicción militar ni Boadella por La torna, ni Pilar Miró por El crimen de Cuenca. A partir del 82 se pudo escribir con plena libertad, pero las escurriduras de los casos de Boadella y Miró siguieron enredando los miedos.

En la obra, no aparece Ridruejo como personaje.
Nunca quise llevar a Ridruejo a escena. Sí quise que estuviera sobre ella en el espíritu y la palabra de Arenas. Me preocupaban más los Laín o los Aranguren anónimos que había en España, a los que les hubiera gustado comportarse como Ridruejo, y, por supuesto, el propio testimonio de Ridruejo. Mi intención ha sido, y es, ubicarla entre el rito y el teatro-documento, que pienso que es lo que ha interesado a Pérez de la Fuente. Rito, en el sacrificio de esa pasión del coronel Arenas, y de Ridruejo. Teatro documento, porque a Ernesto Arias, uno de nuestros grandes actores, le corresponde, al estar en la piel del coronel Arenas, hacer carne tres exposiciones de Ridruejo, como él las pronunció o escribió. La primera, plenamente falangista, que lanzó acabada la guerra en Valencia, ante doscientas mil personas. La segunda, la de su ruptura con Franco, tras abandonar la División Azul, para iniciar un camino de exilio y, también, de cárcel. Y la tercera, cerca de su muerte, como responsable de la USDE.




Ridruejo vuelve de La División Azul, que por cierto contribuyó a impulsar con Serrano Súñer y Manolo Mora, y da los primeros pasos hacia la disidencia. ¿Qué fue lo que le impulsó?

La estepa rusa fue su Camino de Damasco. Se inventó la División Azul y se alistó en ella porque se le reprochaba, entre sus correligionarios, que en la Guerra Civil no había entrado nunca en combate. En Rusia vivió los “desastres de la guerra”. Además, en España, según las noticias que recibía, Franco estaba “traicionando” su “revolución”. La unificación decretada por el General colmaba el vaso. Un falangista como el ocurrente Agustín de Foxá se lo tomó con humor: “Estupendo, Falange Española Tradicionalista y de la Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista... y de los Grandes Expresos Europeos”. Ridruejo se lo tomó más en serio y acabó en el exilio interior de Ronda.

¿Qué fue lo que le interesó contar del personaje?
Su búsqueda de la verdad del ser humano, una verdad que no se puede encontrar sin libertad y sin justicia.

Además del destierro, ¿qué precio pagó Ridruejo por su oposición al Régimen? ¿Le apoyaron los amigos?
Tras la Guerra Civil se produjeron los exilios. Al exilio exterior partió una media España muy valiosa que nunca volvió, y si volvió y pudo marcharse de nuevo, como Max Aub, se marchó. En España se produjo el exilio interior, para muchos más de los que pensamos. La ley del silencio se estableció no sólo en muchas familias de España, sino en muchos colectivos. El precio que Ridruejo pagó fue, en un primer momento, la marginación. Incluida la que le procuró el “exilio exterior”, que no comprendía la “conversión” del, en otro tiempo, emblema del fascismo franquista. Unos reproches que todavía perduran.

Hubo una órbita de intelectuales de la época franquista, la mayoría amigos de Ridruejo. ¿Han tenido el reconocimiento debido en la democracia?
Antonio Tovar, Torrente Ballester, José Luis López Aranguren, José Antonio Maravall y Pedro Laín Entralgo siguieron la misma deriva que Ridruejo. La Transición llegó a drenar muchas heridas y pienso que estos y otros nombres han tenido un cierto reconocimiento. Corresponde a las nuevas generaciones restaurar el valor no sólo de los intelectuales que se alinearon con el alzamiento franquista. Max Aub, desde su exilio mexicano, nos dio la pauta al describirnos su imaginaria y enternecedora entrada en la Academia, en la que, un soñado 12 de diciembre de 1956, compartían asientos García Lorca, Bergamín y Alberti con Giménez Caballero, Pemán y Entrambasaguas. Y, también, Max Aub le otorga la silla “l” minúscula a Ridruejo. 

La Historia es fuente inspiradora de muchas de sus obras. ¿Cómo se enfrenta al desafío de abordar hechos reales desde la ficción?
Veo el teatro como un espejo de los comportamientos humanos. Y en el comportamiento humano se inscribe su actuación en la Historia. La obra de teatro más antigua entre las conservadas se afirma que es Los persas, de Esquilo, en la que el trágico nos cuenta cómo fue la batalla de Salamina, en la que él participó, y en la que los griegos derrotaron a Jerjes, diez años después de haber vencido a su padre, Darío, en Maratón. Es la primera muestra del valor del teatro-documento, que yo he querido practicar, como en esta obra sobre Ridruejo. Desde esa perspectiva he tratado, en otros momentos, el bombardeo de Guernica, la relación de Pasionaria con su hijo Rubén y la relación de Miguel Hernández con su mujer, Josefina Manresa. Persiguiendo, si no el documento, sí la verdad de la historia, una verdad que arroje luz sobre nuestro presente, como lo hizo Buero Vallejo con personajes como Samaniego, Lope de Aguirre y Alfonso XII. El teatro es casi siempre una mentira que es verdad. Mucho mejor si es una verdad que es verdad. 


Historia y periodismo


¿Se considera usted un autor prolífico?
Tengo escritas una treintena de obras de las que he estrenado veintiuna. No, no soy un autor prolífico. He escrito teatro siempre que he querido expresarme ante algo. La violencia en mi País Vasco, la historia de mi España y, siempre, el papel de la mujer, han sido temas recurrentes. Mis dos últimas obras estrenadas, La última cena (el encuentro final de un padre y un hijo, un constitucionalista y un terrorista vasco) y Alemania (sobre la emigración de una joven arquitecta en paro), son dos buenas muestras de la contemporaneidad que busco en mi teatro. Tal vez la otra cara de mi vida profesional, la del periodismo, me ha llevado por esos derroteros.

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