Aviñón, entre estrenos y huelgas


Fuente: Álex Vicente (elpais.com)
Terminó por arrancar, aunque con un día de retraso y el escenario transformado en ring del combate que enfrenta al teatro con el poder. Tras la anulación de la apertura forzada por la huelga de los trabajadores eventuales, el Festival de Aviñón consiguió levantar el telón durante el fin de semana. Las luces se apagaron y los actores subieron a escena. Pero lo hicieron luciendo un pequeño cuadrado rojo en la solapa, símbolo de los llamados intermitentes, que se oponen a la reforma acordada por la patronal francesa y la mayoría de sindicatos, con el tibio beneplácito del Gobierno socialista, para reducir el coste de las prestaciones de las que se benefician, como cobrar el paro entre un trabajo y el siguiente.
La intención es reducir el déficit provocado asociado al régimen fiscal de los eventuales, que se eleva a 1.000 millones de euros anuales según el Tribunal de Cuentas. El colectivo hace valer sus derechos y se opone a la monetización de la cultura que impone esta reforma. "Su proyecto de sociedad nunca será el nuestro. Esta noche salimos a actuar. El nuestro es un acto poético y político", proclamaron técnicos y actores de la obra inaugural, una nueva puesta en escena de El príncipe de Homburg de Kleist, a cargo del italiano Giorgio Barberio Corsetti. La compañía invadió la escena antes del inicio de la representación para demostrar que, si bien la huelga había terminado, la movilización seguía estando despierta.
Cuatro horas antes, empezaba otra de las obras más esperadas del fin de semana, Orlando ou l'impatience,comedia escrita y dirigida por el responsable del festival, Olivier Py, que se enfrenta a su primera edición como director artístico con un contexto complicado que se ha acabado infiltrando en la escena. En la fachada de La Fábrica, una de las nuevas sedes del certamen, los intermitentes habían colgado una gran pancarta en la que se leía una de las frases que François Hollande pronunció en su camino hacia el Eliseo: "Mi enemigo es la finanza". Acto seguido, los actores también ocuparon la escena y observaron al público en silencio, mientras se escuchaba por megafonía una pertinente voz en off: el discurso pronunciado por Victor Hugo ante la Asamblea Nacional en 1848, cuando se enfrentó a los recortes que el ejecutivo pretendía aplicara la educación y "otras instituciones que combaten la ignorancia", siempre en nombre del rigor presupuestario.
Py ya había advertido que esta no sería una edición como las demás. "Un festival no puede ser solo un catálogo de espectáculos. Es el lugar donde se materializa el contrato que el teatro ha firmado con la República", aseguró. "Que un espectador pague por una entrada ya es una forma de compromiso. Que la sala esté llena y se levante el telón ya es una utopía realizada". En su primera edición como director artístico, Py ha escogido obras que producen un curioso eco ante el panorama que las envuelve. Las primeras obras representadas durante el fin de semana retratan a personajes débiles o solitarios en busca de reconocimiento y legitimidad, perdidos en un mundo dominado por valores en los que no se reconocen.
El príncipe de Homburg, última obra que Kleist firmó antes de suicidarse a los 34 años, está escrita en 1811, tiempo marcado por las desilusiones sobre la torcida empresa napoleónica. Kleist, quien lo había admirado antes de considerarlo un tirano, escribió una perturbadora obra sobre lo absurdo del tiempo que le tocó vivir, protagonizada por un militar sonámbulo, melancólico y desobediente, condenado a muerte a causa de una ley marcial injusta pero implacable.
"Saltarse la norma es condenable, pero la obra se pregunta en nombre de qué debemos respetarla. De eso habla este texto", explica una de sus protagonistas, Anne Alvaro, gran dama de la escena francesa —esta es su séptima obra en Aviñón— y especialista en Kleist desde que interpretó a su Pentesilea en 1981. La actriz, para quien la presente edición marcará "un antes y un después" en la historia del certamen, se muestra solidaria con la causa de los intermitentes, pese a que era contraria a la huelga. "La expresión teatral es política por definición. Para mí, interpretar significa militar", sostiene la actriz, conocida por su papel en la película Para todos los gustos. Como admite el propio Olivier Py, programar El príncipe de Homburg en el Palacio de los Papas no es un gesto inocente. Le permite clamar filiación respecto a la figura de Jean Vilar, fundador del certamen en 1947, que firmó una recordada puesta en escena de la misma obra en un idéntico escenario.
En Orlando, pieza de cuatro horas parcialmente autobiográfica, Py explicita todavía más el conflicto entre un individuo marginal y una despiadada estructura de poder, a través de la historia de un joven que busca obstinadamente a su padre en círculos teatrales. Entre los personajes sobresale un ministro de Cultura de instinto masoquista, que dice odiar el arte y se limita a condecorar a artistas de variedades. En su rostro uno logra reconocer una cruelísima caricatura del exministro Frédéric Mitterrand, que destituyó a Olivier Py cuando era director del Théâtre de l'Odéon en 2012.
Su habitual aliado Thomas Ostermeier —director del Schaubühne de Berlín, que cerrará Aviñón con una adaptación de El matrimonio de Maria Braun— aportaba ayer sus lúcidas reflexiones respecto a esta crisis abierta en una sociedad decidida a "sacrificar el arte en el altar de la rentabilidad" a través de una entrevista a Le Monde. "El teatro es uno de los últimos espacios públicos que existen, en un mundo donde todo espacio público se ha convertido en lugar de tránsito y consumo", afirmaba. Anne Alvaro dice estar de acuerdo y se opone a utilizar "el peso económico de la cultura" como paradójico argumento. En efecto, los opositores al proyecto de reforma no dejan de recordar que la cultura francesa genera siete veces más riqueza que la industria del automóvil.
El colectivo, relativamente silencioso durante el fin de semana, tendría que volver a movilizarse esta semana. Las anulaciones podrían regresar hoy a la orden del día. Y, en especial, el sábado, cuando se aspira a generar "una jornada muerta", en palabras de los líderes del movimiento, en la que no se represente ni una sola obra en la programación oficial o en el festival off.

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