Investigar, sentir y, luego, actuar


Fuente: Rocío García (elpais.com)
"Vamos ya a dotar a todo esto con una emoción. Ahora vamos a trabajar con el miedo”. Andrés Lima se dirige a un grupo de actores, unos quince, todos juntos en el centro del escenario, y va preguntando a los reunidos por sus recuerdos personales en torno a situaciones de miedo. “Recordad con detalle e imitad el sonido de aquello que vivisteis, lo que sentisteis, lo que hicisteis realmente, que todo lo que aquí hagáis responda honestamente a vuestro terror”, les anima el dramaturgo, mientras les incita también a concentrarse y, al mismo tiempo, a ser permeables. Y a la voz de Lima, ese grupo, compacto a modo de coro griego, va expresando individualmente sus lamentos y sus lloros, sus gritos o su parálisis aterradora. El ejercicio apenas dura un minuto, pero la sensación de angustia colectiva y coral es tan seca y brutal que el público, oyentes ajenos al teatro allí presentes, lo cierra con un aplauso que tiene mucho de liberador.
Las mañanas de la sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía de Madrid se han convertido por unos días este mes en el escenario de una nueva experiencia teatral liderada por tres sólidos dramaturgos, Miguel del Arco, Andrés Lima y Alfredo Sanzol, que responde al nombre de Teatro de la Ciudad. Una iniciativa insólita, con talleres de estudio y trabajo, que busca una diferente manera de acercarse al teatro y al público, jugando juntos, investigando, colaborando y compartiendo reflexiones y modos de afrontar cada una de las obras. El Teatro de la Ciudad nace con el objetivo de unir fuerzas a través de diversos talleres de investigación que se irán desarrollando a lo largo del año para montar espectáculos diferentes pero con vocación de diálogo que compartirán visión, producción, espacios escénicos y, por encima de todo —dicen sus responsables— entusiasmo. Las obras que de aquí salgan se estrenarán en el Teatro de la Abadía, ese lugar magnético siempre atento a las más rompedoras propuestas. Cada uno de los directores ha invitado a participar en esta experiencia a actores de sus compañías y a otros más. Carmen Machi, Bárbara Lennie, Israel Elejalde, Aitana Sánchez Gijón, Lucía Quintana, Irene Escolar, Luis Bermejo, Raúl Prieto, Miriam Montilla son solo algunos de los que en esta ocasión van a poner en común sus dotes artísticas y sus reflexiones para compartir experiencias vitales y maneras de trabajar.
Y qué mejor elección que empezar con la tragedia griega, el origen del teatro tal y como lo concebimos hoy. MedeaAntígona y Edipo, dirigidas respectivamente por Andrés Lima, Miguel del Arco y Alfredo Salzón, son las tres obras elegidas para el estreno de este Teatro de la Ciudad y que se representarán la misma semana, en días consecutivos, y en el mismo escenario la próxima temporada en La Abadía. Una fiesta ciudadana y colectiva a la imagen de las que se vivían en la Atenas de hace 2.500 años para empaparse de este teatro que José Luis Gómez, benefactor de esta iniciativa, define como de “ideas y poético, de la palabra y el lenguaje”. Una ocasión también para entrar en la vida de héroes y de mitos, de ciudadanos, de muertes y venganzas, de amores e inmortalidad. En definitiva, como señala Carlos García Gual, ponente en una de las jornadas de este primer taller en torno al coro griego, de la condición humana.
Ese coro griego que esa mañana han formado el grupo de actores, después de asistir, muchos de ellos bolígrafo y papel en mano, a la ponencia de García Gual, filólogo y traductor, y que contó también con la participación del actor y director Mario Gas y de José Luis Gómez, académico y responsable de La Abadía, además de una treintena de oyentes anónimos. “El coro griego era la voz de los ciudadanos medios frente a los héroes y refleja la emoción ante lo que va sucediendo en la escena y marca las impresiones que puede ir teniendo el público. Es el intermediario sentimental”. La explicación de García Gual golpea en las emociones posteriores de los actores, ya en ropa cómoda y descalzos, que investigan sobre los mecanismos del coro, a las órdenes de los tres directores que se van turnando en los ejercicios propuestos por cada uno e interrumpiendo y aportando miradas diferentes de abordar el trabajo.
Después de un calentamiento corporal y emocional en un corro en el que los actores van buscándose con la mirada y, a una leve señal con la cabeza o los ojos, cambian de sitio y de ritmos, despacio, deprisa, corriendo, a cámara lenta, con la música de Dos gardenias para ti de fondo, Miguel del Arco toma el relevo a Lima y propone un ejercicio de sonidos y de respiración, todos en bloque y al unísono en una misma dirección, imitando el movimiento de las bandadas de los estorninos. “Hay que sentir, no hay que pensar mucho”, apunta Lima. “Hay que escuchar desde el primer momento, esto tiene que ser una decisión conjunta”, añade Del Arco. Por su parte Sanzol plantea un juego en torno a generar textos para la que propone tres momentos y tres reacciones a lo largo de una historia. Los intérpretes deben de crear frases como colectivo para expresar la alegría, la incertidumbre y, finalmente, la conmoción y el lamento. Las palabras elegidas, acompasadas también con el movimiento de los estorninos, van surgiendo feroces de las voces de esta quincena de actores, mientras los directores observan concentrados e intervienen de manera muy natural en los ejercicios de sus compañeros. “Este experimento sirve para buscar los mecanismos para apropiarse de un texto que no es nuestro y comprobar que las dificultades no las genera el texto, sino que somos nosotros los que tenemos que darle vida como colectivo pero sin perder la individualidad”, explica Sanzol.
Toda una manera diferente de compartir visiones y trabajo desde dentro y hacia fuera, hacia el público. Esa es la pretensión presente y futura del Teatro de la Ciudad. “Somos de la misma generación. Aunque somos muy diferentes en la manera de abordar el trabajo nos unifican muchas cosas, como la mirada contemporánea, la necesidad de hablar de gente de aquí y de ahora, además de esa manera de aglutinar gente a nuestro alrededor y hacer compañía. Es una forma de enfrentarnos a la soledad, de compartir e intercambiar ideas, empaparnos de nuestros colegas en vivo y en directo”, explica Del Arco, al frente esta temporada de Misántropo, de Molière, uno de los éxitos teatrales en el Español. Coinciden los tres en que esta iniciativa tendrá muy en cuenta al público, a semejanza del teatro en Atenas, y así completar la experiencia con los espectadores y hacer de ello un acontecimiento ciudadano y colectivo. “Un acto de fratenidad”, apunta Lima, cuyo espectáculo Los Mácbez ha estado en el María Guerrero de Madrid. “Para conseguirlo, debemos dotarnos de un marco y empezar a pensar en esa forma de compartir, reproducir, agrandar y llevarlo al público”, añade Del Arco.
Sanzol, cuya última obra Aventura! se ha representado en el mes de mayo en los Teatros del Canal, recuerda a Sanchís Sinisterra para proclamar la atemporalidad del teatro. “Él dice que comienza a pensar que en el teatro no hay ni pasado, ni presente, ni futuro, que solo hay un presente contínuo en el que resultan vivas historias que se vienen contando desde hace 2.000 años, que las seguimos escuchando como si estuvieran escritas hoy. Por eso creo que la misión del teatro es la de romper el tiempo, la de romper con la falsa idea del progreso que solo se refiere al científico. Hay un progreso que es humano, existencial y vivencial del que se ocupa el teatro”, dice Sanzol.
En este baño colectivo ninguno de los tres tiene miedo a perder su propia personalidad a la hora de enfrentarse a las obras. “Es más necesario que nunca bañarse juntos, volver al ágora. Lejos de quitarnos personalidad nos va a fijar más la nuestra”,explica Lima, mientras Sanzol apunta en la misma idea. “Estar con ellos dos me enriquece mi carácter de artista, mi personalidad creativa. Lo que hacen conmigo es expandilrla. Yo llego hasta un lugar y luego Andrés o Miguel lo recogen y siguen por otro lado”. Un baño que para Irene Escolar tiene mucho de generosidad, lujo e idilio. “Ójala siempre se pudiera trabajar así, llegando al fondo de los temas, compartiendo maneras diferentes de afrontar el trabajo, aportando cosas. Da igual de dónde vengas y qué carrera tengas, ahí somos todos iguales, investigando y reflexionando sobre el objetivo último del teatro que es el de ser un teatro para el pueblo”
Todo en una casa común en la que se ha convertido La Abadia, ese lugar soñado por tener un espacio donde explorar juntos. En el descanso del taller, en el pequeño patio del teatro, coinciden Irene Escolar, comiendo un plátano, Carmen Machi, con su botella de agua, mientras Aitana Sánchez Gijón se ha quedado en el interior haciendo estiramientos. Sentado en un banco, José Luis Gómez, con una taza de café, rechaza el calificativo de “benefactor” con el que le han obsequiado los directores. “Les ofrecí esta casa porque aquí también trabajamos así desde hace 20 años. No puedo estar de espaldas al impulso reformador que bebe de las mismas fuentes de La Abadía, con esa voluntad de unir sinergias en un proyecto tan extraordinario. En La Abadía hemos hecho talleres monotemáticos, pero esta experiencia colectiva sobre el estudio e investigación de la tragedia griega es una iniciativa insólita”. No oculta su entusiasmo, al igual que el resto de los participantes, Nuria Espert incluida, que aportó su experiencia en el teatro griego. Un entusiasmo semejante al que Dionisos, el dios del teatro, hizo entrar en éxtasis a sus adoradores y adoradoras para apoderarse de ellos y hacerles partícipes de su divinidad.

Tres obras, tres miradas

Antígona

Antígona se enfrenta a los dictados políticos del rey de Tebas, su tío Creonte, anteponiendo lo que cree su deber familiar. La obra de Sófocles es la elegida por Miguel del Arco. “Todo viene de la necesidad de buscar la verdad, de ver cual es el posicionamiento del individuo frente a la sociedad. Antígona está convencida de lo que hace y Creonte decide, en el desarrollo del poder, lo que cree es mejor para la ciudad, caiga quien caiga. La obra bien podría titularse Creonte, porque éste tiene mayor protagonismo en extensión y desarrollo.

Medea

Uno de los grandes personajes de la literatura, Medea, de Eurípides, fue una mujer que desquiciada por los celos y la amargura mató a sus hijos. A Andrés Lima le inquieta desde hace tiempo ese crimen, “ el más atroz que uno puede imaginar”. “Medea nos mete directamente, tanto a los hombres como a las mujeres, en nuestro lado más osucro. El valor del teatro tiene directa relación con las preguntas que plantea esta obra. A mí me gustaría enfrentarme a estas preguntas para intentar aprender de ellas”.

Edipo

Es, según Aristóteles, la tragedia más perfecta, aquella que narra como Edipo mató a su padre y se casó con su madre sin saberlo. Ninguna tragedia suscitó tanta compasión y tanto terror. La relación de Alfredo Sanzol con esta obra de Sófocles es muy fuerte. “Me impresiona mucho la historia de un hombre que descubre que toda su vida está construida sobre una mentira e ir viendo como va descubriendo su verdadera identidad. De siempre ha sido una historia que me ha atrapado”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario