La Guindalera, teatro riguroso en peligro de extinción


Fuente: Esther Alvarado (elmundo.es)
La temporada empieza en La Guindalera con una reposición, 'Duet for One', y un futuro incierto. O, mejor dicho, lamentablemente cierto si nadie lo remedia: "En diciembre tendremos que cerrar", aseguran con pesar su director Juan Pastor y Teresa Valentín-Gamazo, la gerente. 
Partiendo de la base de que nunca ha sido un teatro rentable aunque es un éxito absoluto (sus 70 butacas están siempre llenas), lo extraño es que haya durado 11 años abierta. Pero todo tiene su lógica explicación. "La Guindalera es un medio, no un objetivo", señala Pastor, director, actor y maestro de actores durante varias décadas en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD).
"Somos un centro de creación teatral vinculado a Madrid -añade-, y eso es mucho más que una sala al uso, porque además de espectáculos ofrecemos una serena reflexión".
Su mujer, Teresa, le acompañó en esta aventura desde el principio, cuando se dieron cuenta de que la deriva les llevaba, como a casi todos, a hacer un teatro por encargo. Ellos, sin embargo, siempre han preferido marcar su propio rumbo. "Llevamos 11 años ofreciendo nuestros productos a un público fiel, con la excepción de los momentos en los que hemos tenido alguna compañía invitada", explica ella. "En un momento nosotros decidimos apostar por nuestra forma de trabajo y abrimos La Guindalera. Si este teatro tuviera 300 butacas, seríamos autosuficientes, porque la sala siempre se llena, pero tenemos 70 y siempre hemos sabido que la sala, aun llenándola, no podía ser rentable".
Han sobrevivido, no gracias a las subvenciones, sino a "dos trabajos muy potentes de desarrollo de audiencias. Uno con la Comunidad de Madrid para centros escolares (Trasteatro) y otro para la Obra Social de Caja Madrid".
Eran otros tiempos, cierto es. "Los actores que participaban en esos proyectos estaban muy bien remunerados", insiste Teresa. "En algunos momentos hemos tenido hasta 30 personas dadas de alta, y algunos colaboraban en nuestros montajes". Y luego llegaron los desengaños. "En el año 2011, Caja Madrid se hundió y la Comunidad de Madrid dejó de apostar por el desarrollo de audiencias en 2012".
Se acabaron los contratos, se agotó la fuente de la que bebía La Guindalera y desde entonces todo ha sido un llamar a puertas que se abrían para escuchar, pero para nada más (de momento). 
Salvo una, que se abrió de par en par para ponerles en bandeja una solución temporal. "Fue Albert Boadella quien nos ofreció la sala verde del Canal para llevar allí dos obras en diciembre de 2012 ('Odio a Hamlet' y 'La larga cena de Navidad'). El acuerdo se firmó en marzo, pero en septiembre llegó la subida del IVA, así que esa ganancia que habíamos previsto fue prácticamente el 12% de más que se llevó Hacienda", se lamenta Teresa con resignación. 

Mucho más que un medio de vida

Juan está inusualmente silencioso. "Hoy me he levantado muy pesimista", reconoce. A sus ojos y los de su familia (la hija de ambos, María Pastor, ha crecido sobre esas tablas y se ha convertido en una actriz notable ante la mirada y el magisterio de su padre), La Guindalera es mucho más que una antigua ebanistería con un patio trasero que guarda con celo una vieja tortuga. Es un corazón que late, un cerebro que piensa y un centro cultural participativo donde el público encuentra más que diversión: "Teatro hecho con rigor". 
Cavilando sobre aquella oportunidad que les dio Boadella, Pastor reconoce que "esa fórmula sigue siendo válida: llevar nuestras obras a otros espacios más grandes. Pero para eso necesitamos la complicidad de las instituciones. Hemos hablado con el Centro Dramático Nacional, pero no sabemos nada desde hace un año,y con el delegado de Cultura, Pedro Corral, así como con el nuevo director del Español, Juan Carlos Pérez de la Fuente... Al Ayuntamiento le hemos planteado cursos de teatro, talleres de investigación y realizar un montaje con lo que salga de allí. Con esos ingresos podríamos mantener la sala... Pero todavía no nos han contestado".
En ello están: esperando a que suene el teléfono y alguien les ofrezca mucho más que una subvención; un trabajo. "Hace poco recibimos 13.000 euros de la Comunidad de Madrid que son los que nos han permitido no cerrar en verano y seguir vivos hasta diciembre", reconoce Teresa, pero sabe de sobra que la subvención es un maná escaso y no para todos. "Algunas salas alternativas programan espectáculos sin rigor, pero por el volumen de su negocio entran en la última normativa para las ayudas municipales que acaba de publicarse el 11 de septiembre. Nosotros no". 
"Nuestro objetivo es hacer buen teatro, pero no tenemos ánimo de lucro. La Guindalera no es un contenedor; es continente y, sobre todo, es contenido de calidad. Nosotros no podemos convertirnos en ese tipo de salas en las que algunos actores de televisión no cobran con tal de adquirir prestigio teatral. Aquí cobra todo el mundo. Si no puedo pagar, cierro la sala", interviene rotundo Juan Pastor. 
La arenga le ha animado y por momentos parece más dispuesto a luchar por un proyecto de teatro que merece la pena porque al público le gusta. "La gente viene a ver lo que Juan dirige: un tipo de teatro hecho con rigor y seriedad. Nuestro público fiel incluso se ha convertido en micromecenas y están apadrinando las butacas", asegura Teresa con una sonrisa satisfecha y algo cansada.
Juan, sin embargo, sigue pesimista esta mañana gris de otoño: "Una sociedad podría vivir 200 años sin teatro, no sería una sociedad maravillosa, pero podría vivir".

Distintas salas, idénticos golpes del destino

La crisis de La Guindalera, siendo lamentable, no es la única que afecta al tejido teatral alternativo en Madrid. Aunque el Boletín Oficial del Ayuntamiento de Madrid (BOAM) del pasado 11 de septiembre publicó la convocatoria de subvenciones para el año 2014 (es decir, para una programación que ya se ha ejecutado casi en su totalidad), son muchos los requisitos que se exigen y poca la coherencia con que se coordina desde el consistorio la situación en la que se encuentran dichas salas. La sala Kubik, por ejemplo, sufrió en sus carnes los rigores que suelen sobrevenir a una desgracia, por una normativa que el Ayuntamiento no se aplicaba ni a sí mismo. Lo explica Fernando Sánchez-Cabezudo, director de dicho espacio: "Hace año y medio cerramos después de lo que sucedió en el Madrid Arena. Estábamos pendientes de una licencia y nos cerraron las puertas durante seis meses. Estuvimos hablando con unos y con otros hasta que, por fin, la oposición presionó para que pudiéramos hablar con Medio Ambiente". Lo suyo era un problema de insonorización y evacuación (como el Madrid Arena) que se subsanó en tiempo y forma, pero si por la rapidez burocrática fuera, seguirían con las puertas cerradas. "Con la obra terminada y el informe positivo volvimos a abrir, aunque seguimos esperando la licencia", asegura. El problema de las salas de teatro alternativas de Madrid es que "las normativas no reflejan nuestra actividad. Los requisitos que cumplimos son los mismos que los de una discoteca", aclara Sánchez-Cabezudo. Y propone como solución que se haga un estudio de normativas que contemplen qué es lo que se hace en estas salas: "Las normas deberían ser más coherentes con este tipo de actividades. Al final tienes que pedir licencias multiusos que valgan para cualquier cosa. Tardan dos meses en decirte qué problema hay y, cuando ya lo estás solucionando, vienen con otro problema distinto. Hay una desconexión total entre departamentos. El caos interno del Ayuntamiento es muy complejo". A ellos, cumplir con la normativa les costó entre 70.000 y 80.000 euros, y parte del dinero se reunió gracias al 'crowdfunding'. "Para poder recuperar la inversión que hacemos en teatro tendríamos que cobrar la entrada entre 90 y 120 euros", asegura. Las entradas en Kubik, que cuenta tan sólo con 60 localidades, cuestan 14 euros. "Hemos estado viviendo sin subvenciones, pero a largo plazo es inviable -reconoce-, y todo esto con un IVA cultural que es la risa de Europa". La Comunidad de Madrid ha bajado las ayudas casi un 80% y el resto de administraciones, cuando las convocan, lo hacen casi con un año de retraso. Esto es lo que hace peligrar la situación de todo el tejido de teatro alternativo en Madrid; un 'off' que debería ser un orgullo pero que malvive a duras peas, como Tarambana, que lleva una década abierta; El Sol de York, cuya aventura no ha durado más de dos años; La Bagatela que, tras cinco años abierta, cerró el pasado verano...

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