Juan Diego: "Vivo chocándome con la vida"


Fuente: Antonio Lucas (elmundo.es)
De aquel muchacho de Bormujos (Sevilla) que bajó con una maleta de cartón en la Estación de Atocha para buscarle a Madrid la postura por los teatros y los cafetines de cómicos queda este actor confeccionado con la mejor fibra de la edad.
Gasta para el oficio una pasión de muchos voltios y para la vida una certeza de muchas dudas. Ha pasado por todos los escalafones del cine y de la escena. Por los mejores tugurios.Por frías pensiones. Por amores y sus venenos. Por luces y sombras. Pero Juan Diego (1942) se ha sobrepuesto a todo con la potencia de un esqueleto escaso y las hechuras de una inteligencia brava. Lleva más de un mes representando a Ricardo III en el Teatro Español (hasta el 28 de diciembre), junto a Asunción Balaguer y Terele Pávez, entre otros.
Está ahora en Shakespeare como el que está de huésped en un infierno confortable. Es, en escena, un manipulador mendaz, un asesino, un déspota, un cínico, un tipo confeccionado en el siglo XVII con transpiración de siglo XXI. Los clásicos mantienen siempre una actualidad que aún llaga. "Ricardo III es un personaje de mucho escarnio, de mucha ironía, pero el más cabrón de todos. Es fascinante. En un principio juega al despechado, a parecer una víctima de los otros, pero de una escena a otra pasa a ser una criatura de una crueldad extraordinaria. En cuanto encuentra al aliado necesario, que en la obra es Buckhimhan, exhibe y actúa desde la peor de las perversiones. Shakespeare nos cuenta aquí de manera abrumadora hasta dónde llega el delirio de un hombrecuando no controla el poder al que aspira y las barbaridades que genera cuando lo alcanza", explica Juan Diego.
En el camerino hay un espejo, un perchero, tres sofás, dos mesas, una botella de agua baja en minerales y la voz de Juan Diego propulsada desde el pecho de un hombre con algo de alfil y de lobo bueno. Desde este batiscafo lanza cabos a la calle, para no perder el compás. Y se asquea. Y se entusiasma. Y se preocupa. Y respira.
Es un actor que resguarda a un ciudadano sin antifaz, sorpredente y variado. "Aquí estamos asistiendo a mucha de la mezquindad que destila Ricardo III", exclama.
¿En qué sentido?
Está clarísimo. Con la mayoría absoluta del actual Gobierno -como con cualquier mayoría absoluta- estamos viendo lo que es la maldad, el delirio y la chulería. Pero tengo la esperanza de que llegue un buen arreón para regenerar esta panorama insostenible. En España la paciencia está agotada. Si no se produce ya la catarsis no podemos avanzar hasta una solución que saque a tanta gente de situaciones insoportables. Es este país hay ciudadanos que están muriendo de pena. De la pena de sentir arrebatado el sitio de su dignidad. De la pena de sospechar que ya no les importan a nadie... Eso es terrible e inaceptable. Yo he visto en los últimos dos o tres años ojos desamparados como jamás había percibido. Hombres y mujeres fuertes como tapias que se están viniendo abajo porque los están machacando.
¿Eso te le ha hecho más escéptico?
No sé si es exactamente eso. A mí la edad me ha quitado carnes y me ha dado indignación. Nunca me creí demasiadas cosas, aunque sí luché por las pocas en las que creía. Pero es que hoy es muy difícil tragarse tanto dolor. No es un problema de edades. Cuando teníamos cerca la armonía pensábamos que era posible también preservar la dignidad. Había posibilidad de encararse, pero en este momento hasta encararse con la autoridad está prohibido y penado.
La singularidad de Juan Diego es una condición natural de los hombres contracorriente. Es su gloria y su ventaja.Es difícil fijarlo en el vaivén de una entrevista. Lo suyo es deambular con las palabras de un desafecto a una pasión, sin descompresión previa. Igual ataca por el costado de las redes sociales que denuncia la perversión de laminar la cultura. "Hoy vivimos en la impunidad de la infamia. Facebook, Twitter, internet... Son maravillosos medios de expresión, pero también herramientas de descrédito peligrosas", ataja.
¿Y respecto al papel de la cultura en todo esto?
La Cultura es una termita luminosa, de la mayor calidad, que no destruye sino que emite señales desde todos los lugares y acciones. Desde el gesto de cortarte una uña hasta el saber observar lo que te rodea. Tener cultura es saber hacer todo eso sin descomponerse. Para el ciudadano actual es esencial tener garantizada la educación para saber comportarse, para saber tratar con el otro. La Cultura permite que desaparezcan los males del comportamiento actual. Es un excelente antídoto contra la barbarie. Pero el conocimiento y la cultura están en manos del poder manipulador, así que habrá que liquidar a ese poder.
¿Y cómo propone hacerlo?
Atendiendo, por ejemplo, a lo que viene. Me refiero a Podemos. Es algo ya imparable y está poniendo en alerta a los que creen que este país es suyo. Van a ir a por esos chicos, no hay duda, pero creo que la renovación que proponen es algo bueno para la ciudadanía y para Europa. Los de Podemos aún no están contaminados y conviene estar atentos a esa pureza.
Juan Diego es uno de esos tipos con voluntad esteparia.De los de adentrarse en las cosas de la vida a timón libre. Difíciles de domar. Ha establecido los anclajes imprescindibles, pero ni un paso más allá. A los 72 años, aún anda de frente y algo licántropo. "Pero no olvidemos que en este país somos especialistas en dejar en la cuneta a aquellos que han querido funcionar por cuenta propia. Es demasiada la gente denostada por tener claro que debían andar en solitario. Yo he vivido la vida chocándome con ella. Actuando muchas veces por instinto. Y, a estas alturas, son muy pocas las cosas de las que me arrepiento". 
La voz de Juan Diego sale disparada en todas direcciones. A veces en forma de risa, a ratos en descargas de rabia. Y recuerda a aquel muchacho de Bormujos que bajó con una maleta de cartón en la Estación de Atocha para buscarle a Madrid la postura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario