Juliette Binoche, una Antígona 'comme il faut'


Fuente: Rafael Ramos (lavanguardia.com) | Foto: An Versweyveld

Juliette Binoche le tiene cariño a Londres. Aquí triunfó hace ya casi 20 años con un Pirandello, aquí se ha disfrazado de la señorita Julia de Strindberg, y aquí es ahora la Antígona de Sófocles. Las obras pueden tener mejores o peores críticas, pero ella siempre es puesta por las nubes. Igual que en el cine.

Esta Antígona (con una nueva traducción de la poeta canadiense Anne Carson) no se va a quedar sin embargo en la capital inglesa sino que va a viajar, y mucho. Primero cruzará el canal de la Mancha para provocar a las audiencias de Amberes y Amsterdam, luego saltará el charco para ponerse a prueba en Nueva York (Brooklyn Academy of Arts), y concluirá su periplo en agosto en el Festival de Edimburgo

¿Qué puede haber impulsado a Binoche (o la Brioche, como la llaman en Francia) a meterse en la piel de una heroína griega, aparte de su conocida pasión por todos los retos artísticos habidos y por haber? "Para empezar, la explosividad de la obra -dice-, que es como una bomba atómica que se te lleva por delante. Explora todas las confrontaciones humanas posibles: la del hombre y la mujer, la de los valores éticos y políticos, la de las leyes de la sociedad y los derechos individuales, la de la familia y el grupo".

En otras manos, la tragedia de Sófocles podría tener incluso algún toque de melodrama de Hollywood, con la virtuosa dama que desafía al implacable tirano en el empeño de enterrar como dios manda el cuerpo de su hermano. Pero ni la actriz ni el director (el belga Ivo van Hove) hacen concesión alguna al lloriqueo, y han envuelto la producción en una sombría belleza estética capaz de helar el corazón.

El mensaje es muy contemporáneo, muy político y muy de actualidad, con el retrato de la misma intransigencia mutua que asola hoy en día todos los foros donde se toman decisiones que afectan a la vida de los ciudadanos, y donde los dictadores o los partidos tradicionales disfrazan sus propios intereses de patriotismo, empeñados desesperadamente en aferrarse al poder. ¿Qué debe predominar -se preguntaba Sófocles más de 400 años antes de Cristo-, la lealtad a la ciudad, a la familia, al grupo, a uno mismo?

Vivimos momentos turbulentos, y Juliette admite que al meterse en la piel de Antígona, sumergirse en los mitos y arquetipos que rodean al personaje, y plantearse inevitablemente todos esos interrogantes, no puede evitar pensar en los periodistas del Charlie Hebdo asesinados en París a principios de enero, una auténtica tragedia griega que le tocó muy de cerca.

Binoche llega hasta el tuétano en sus personajes, pero no dice mucho (defiende de manera obsesiva su vida privada y ha presentado querellas contra quienes han intentado entrometerse en ella), y cuando habla lo hace con rotundidad. Una de sus causas favoritas son los derechos humanos -y especialmente de la mujer- en Irán, país que ha visitado por su amistad con cineastas y artistas víctimas del fanatismo y la obcecación de los ayatolás.

En cualquier caso, no le gusta dar explicaciones. A los 51 años (los cumple hoy), sin cirugía estética y con mínimo maquillaje que no oculta las arrugas de medio siglo, la actriz parece en paz consigo misma. Nunca se ha casado, tiene dos hijos de padres distintos (el primero, un submarinista, el segundo, el actor Benoit Magimel), ha salido con Olivier Martínez, Daniel Day-Lewis y el argentino Santiago Amigorena, ganó el Oscar de 1996 por El paciente inglés y vive en un chalet de un privilegiado barrio de las afueras de París. Y sobre todo trabaja sin cesar. En su currículum figura medio centenar de películas, lo mismo superproducciones comerciales que proyectos independientes de escaso presupuesto.

Pero haga lo que haga, ya sea Antígona, Chocolate o los Tres colores, de Kieslowski, no le faltan nunca admiradores. El expresidente norteamericano Bill Clinton la invitó una vez a que lo visitara en la Casa Blanca, y ella -prudentemente- se negó. Fue él quien tuvo que ir a buscarla a ella, acompañado de Hillary...

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