Moscú para amantes de Lorca


Fuente: José Luis Romo (elmundo.es)
El pasado viernes 27 de febrero se estrenó en el Teatro del Arte de Moscú, el templo fundado por Stanislavski y Dánchenko, 'La pidra oscura', una emocionante función que fabula sobre los últimos días de Rafael Rodríguez Rapún, secretario de la Barraca y último amor de Federico García Lorca. Protagonizada por Daniel Grao y Nacho Sánchez, esta pieza agotó localidades durante su estreno en el Teatro María Guerrero en enero y volverá la próxima temporada al Centro Dramático Nacional. Quizás este éxito ayudase para que el teatro moscovita la eligiese dentro de su programa 'Por primera vez en ruso', con el que dan a conocer la dramaturgia contemporánea española en su país. Su autor, Alberto Conejero (Jaen, 1978), viajó junto a Pablo Messiez, director de la función para pergueñar la puesta en escena rusa con actores de allí.Reconoce que sintió algún temor por las leyes represivas del actual Gobierno ruso a la población homosexual (prácticamente hay vía libre en el país para dar un paliza impune a gays y lesbianas y la obra no dejaba de evocar un amor entre dos hombres). Además, su estancia rusa coincidió con el asesinato del disidente ruso, Boris Nemtsov, a escasos metros de la plaza roja. A pesar de sus temores, la obra tuvo que añadir una función extra a sus tres representaciones por el éxito cosechado. El autor cuenta su experiencia en este texto para elmundo.es.
"Y Pablo [Messiez] y yo mirábamos mirar. En el claroscuro del patio de butacas del Teatro de Arte de Moscú, confundidos (en todas sus acepciones) con el resto de espectadores. Una maraña de torsos y de cabezas en la que se repetían, como matrioskas esparcidas con un orden secreto, señoras de convencido cardado. Era un pase general y gratuito y el público había acudido por el reclamo de un cartel en la calle. Anunciaba la obra desconocida de un autor español desconocido. Público repentino y por tanto inadvertido de los temas que se iban a tratar en el escenario. Y eso acrecentaba nuestra inquietud. Llegábamos con 'La piedra oscura' a un país en soterrada guerra civil y con la Ley de Propaganda, que persigue la manifestación pública de la homosexualidad y ampara el acoso al colectivo LGTB. Y la nuestra es una función sobre el encuentro con el contrario y la reconciliación con nuestros deseos. Precisamente el amor que ahora en Rusia no puede decir su nombre".
"Mirábamos mirar esperando la escena en que Rafael pide a Sebastián que le perdone su "pecado": haber dejado solo a Federico, vencido por sus miedos. Aguardábamos la frase "y aquella palabra, maricón, retumbando en mi cabeza". Y fue. Y vimos los cuerpos amenazados, acorralados por lo que acontecía, la mirada espantada, la mano en la que se ahoga un grito de horror. Pero también otros cuerpos que se proyectaban hacia el escenario atraídos por una historia que acontecía en un tiempo pasado en un país lejano y que, sin embargo, convocaba a los fantasmas del presente ruso. Como si la función y los espectadores se asombraran mutuamente por esa intimidad inesperada. Quizá el teatro sea más interior que lo más íntimo de cada uno de nosotros, parafraseando a San Agustín. Que lo más íntimo ocurre siempre en el exterior. Y pensé en la facultad que tiene el teatro de alumbrar un tercer tiempo que se incrusta en el tiempo presente y lo detiene ensanchándolo, desbordándolo, vinculándolo peligrosamente con el pasado y con el porvenir. Comprendí entonces que estaba asistiendo al raro prodigio de un teatro que se levanta ante el espectador como un animal desconocido, como una quimera. Y se detuvo el mar (como siempre que termina una función de 'La piedra oscura') y llegaron los aplausos. Los mismos que se repitieron hasta los bravos de la última representación". 
"Tras la función de estreno mantuvimos un encuentro con el público. Esperábamos las preguntas. Pero los espectadores prefirieron contar las emociones que les había generado la función. De nuevo la necesidad de compartir, de nombrar para ser. Y se habló del enfrentamiento en Ucrania, de la orfandad, de la necesidad de mirar de ponerse en el lugar del Otro, de la necesidad de perdurar en la memoria de los otros y por supuesto de la persecución de los homosexuales. En las grandes ciudades rusas, los teatros son un archipiélago de libertad. Pero también estos cada vez viven más asediados. Celebro el riesgo que ha asumido el Teatro de Arte de Moscú programando 'La piedra oscura'. Y celebro la oportunidad de conocer a aquellos espectadores anónimos que se arriesgaron opinando en público sobre la función"
"Terminaba así una experiencia tan enriquecedora como radicalque había arrancado quince días atrás con el primer ensayo. Los dos actores rusos que interpretaban a Sebastián y a Rafael llegaron reacios al encuentro con la función y con su director.Una leve hostilidad como escudo, como prevención ante un texto que disparaba al corazón de los modelos de comportamiento que el actual gobierno ruso erige como válidos. Ellos comprometieron sus certidumbres, su imagen pública y probablemente su futuro profesional por sacar adelante este trabajo. Nunca se lo podré agradecer lo suficiente. Lo que para nosotros pudieran parecer reticencias, prejuicios, obstáculos en el trabajo, fue para ellos un enorme ejercicio de valentía y de entrega al teatro. Y así, con un empeño que sólo la fe permite, 'La piedra oscura' en ruso fue posible. El teatro nos ha permitido finamente vernos, detenernos a mirarnos, a aprender a estar juntos, a tratar de comprendernos. La mujer de uno de los actores acudió embarazada a ver la función. Ojalá su hijo encuentre una Rusia más libre en la que nadie sea asesinado por oponerse a la guerra o por amar a otro adulto".
"Agradezco profundamente al Centro Dramático Nacional, a la AC/E y al Teatro de Arte de Moscú el haberme permitido vivir esta experiencia. La excitación de estrenar en una de las catedrales de las artes escénicas se convirtió en una de las lecciones más hondas que he recibido sobre el sentido del teatro. Pensaba en la familia de Rafael Rodríguez Rapún. Pensaba en Rafael. Ahora otros saben quién fue. Y al final siempre Federico García Lorca, su presencia luminosa e infinita irradiando un misterioso magisterio con tan solo pronunciar su nombre". 
"Escribo estas líneas en el avión de regreso a Madrid y pienso en que el teatro esencialmente consiste en detenernos a mirarnos para reconocernos en los Otros. Tal es su secreto. Porque, como escribió Donne, ningún ser humano es una isla. Y finalmente detrás de las palabras, detrás de las certidumbres, detrás de los idiomas, detrás del museo de los días, sólo hay hombres y mujeres intentando vivir del mejor modo".

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