Marcos Ordóñez: "El teatro siempre está en crisis. Forma parte de su naturaleza"



Fuente: Alberto Gordo (elcultural.es) | Foto: Santi Cogolludo

Que Comedia con fantasmas es el libro más personal de Marcos Ordóñez lo sabemos por la anécdota que lo originó. El escritor estaba paseando con su mujer por la calle Infantas, en Madrid, en la primavera de 1999. Hubo un momento en que los dos se quedaron callados mirando al cielo. Y Marcos dijo: "Mi padre". Y su esposa asintió. "Nos pareció ver su espíritu flotando por esa calle en la que él vivió tantos años y en donde fue tan feliz", recuerda el escritor. Fue su padre, dice, ya en los sesenta, ya instalada la familia en Barcelona, el primero que le habló de los montajes de Enrique Rambal, a quien el mismísimo Orson Welles consideraba un genio. "Mi padre hablaba de Madrid como si fuese Broadway, me hablaba de una gran calle, Gran Vía, con marquesinas y luces...". Y le hablaba de una obra de Rambal que había visto en los cincuenta. Se titulaba Rebeca y partía de la misma novela que utilizó Hitchcock para su película. "Al lado del montaje de Rambal, que nunca vi, la película me pareció una filfa", dice entre risas Ordóñez. Enrique Rambal es Ernesto Pombal en Comedia con fantasmas, y a través de su peripecia recorre el autor de Big Time la escena teatral española entre 1925 y 1985.

Tras releer este libro, más de diez después de escribirlo, ¿qué ha sentido? ¿Se sigue reconociendo en él?
Tenía miedo. No sabía si la prosa aguantaba, si las líneas de tensión estaban bien trazadas... pero este es el libro que más felicidad me ha dado. Cuando vuelves sobre algo tuyo, aunque esto suene pretencioso, es como si fuera de otro. Yo he cambiado cosas del libro, he podado, he afinado... pero no han sido cambios excesivos, y estoy contento con el resultado. 

¿Qué es lo que le atrae de Enrique Rambal?
Siempre me fascinó que Orson Welles lo considerara un genio. Hacían un teatro muy similar, un teatro basado en el gran espectáculo, en las grandes máquinas, como las que Welles llevaba al Mercury Theatre. Por eso quise que hubiera una pequeña aparición en la novela, un poco al estilo de Ed Wood, la película de Tim Burton.

En la novela, más que de teatro, se habla de todo lo que le rodea; del mundo de los cómicos. ¿No se entendería el teatro sin esa otra cara, la de las giras por provincias, el espíritu de hermandad, etcétera?
Claro, el teatro es, como diría Vila-Matas citando a Amália Rodrigues, una extraña forma de vida. Tiene mucho de vida familiar, todo está muy intensificado, las pasiones, los vínculos... y en el cine también sucede. Pero, claro, el teatro hay que hacerlo cada noche.

También en la novela se muestra la irrupción del cine. Puede pensarse que el cine mató al teatro, pero lo cierto es que no ha sido así... ¿o sí? ¿Con qué acabó del teatro el cine?
El teatro ha sido siempre, como decía el comediógrafo americano George Kauffman, el magnífico enfermo. Esto es un poco aquello que decía Lorca, hablando de la luna de Shakespeare: prueba a enterrarme y verás cómo salgo. El teatro siempre está en crisis, forma parte de su naturaleza. Hoy parece que hay ganas de enterrar muchas cosas. Con la novela ocurre. Pero yo pienso que lo que está hecho con corazón va al corazón, y esto, aunque parezca obvio, es la clave. El resto es una cuestión de modas.

En esta novela habla por boca de Pepín Mendieta, y se traslada, como narrador, a otro tiempo, y habla con su ingenio, gasta bromas de entonces... ¿fue difícil?
Quedaría muy bien ahora diciendo que fue dificilísimo, pero, si ha costado, creo, es mejor no decirlo. Ahora ya he olvidado el montón de libros que me leí para escribir la novela. Recuerdo que trataba de quedarme con los detalles. Por ejemplo, a mí se me quedó que en el Madrid de los años veinte, como las afueras estaban cerca, predominaba el olor a jara y tomillo. Pero sobre todo la recreación la hice gracias a la memoria de la gente de la profesión. A mí me encanta estar con actores y directores cuando empiezan a contar historias. Son como los viejos cowboys que se reunían alrededor del fuego. Hubo mucha búsqueda de datos, pero la gracia está en que no se note. Lo ideal, como al representar una obra, es que parezca fácil. Que sea natural. 

¿De dónde viene su pasión por el teatro?
Desde niño es algo que me apasiona, pero no es una pasión excluyente: me gusta el cine, la música, la literatura. Yo he conocido gente que, con los años, dejaba de sentir esa pasión por el teatro, pero lo cierto es que en mí va durando, y no disminuye, y le pido a Dios que no se me pase nunca.

Solo ha escrito una obra de teatro, La noche de Eldorado... ¿nunca se ha planteado escribir alguna otra? ¿Está más cómodo en la narrativa?
Es un misterio, pero no he hecho más tentativas por ahí. Yo creo que prefiero la novela porque la controlo más. En el teatro dependes de muchos factores. Ahora veo en el teatro, desde años ya, ese espíritu de familia, de grupo, de equipo, de band of brothers, que decía Shakespeare en Enrique V, y eso no lo acabé de tener en aquel momento; aunque conocí gente estupenda. Supongo que por eso volví, tras aquella breve experiencia, al escritorio solitario. 

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