AUTOR: JOSE SANCHIS SINISTERRA
TRADUCCIÓN: RAIMON MOLINS
DIRECCIÓN: RAIMON MOLINS
INTÈRPRETS: MARTA DOMINGO (OLGA), MIREIA TRIAS (MASHA) y PATRÍCIA MENDOZA (IRINA)
DURACIÓN: 1h 10min
FOTO: SALA ATRIUM
PRODUCCIÓN: ATRIUM PRODUCCIONS
SALA ATRIUM

Ay, Moscú, siempre tan lejano. Esa vuelta de tuerca que los humanos nos pasamos la vida buscando.  Reducción a la mínima expresión la que ha hecho Sanchís Sinisterra en esta adaptación del clásico de Chéjov, sólo la voz de las tres féminas, que mediante un juego (el de las charadas) nos apuntan entre bromas el resto de los personajes. No hace falta nada más, porque, y aunque nunca lo había pensado, los personajes masculinos de esta obra (que siempre había visto montada entera, la de Chéjov) son de lo más superfluo, meros floreros o comparsas que acompañan lo importante, las vidas de estas tres hermanas que impasiblemente esperan el devenir de la muerte.

El original de Chéjov es una obra lúgubre, llena de expectativas rotas, de amores imposibles y de deseos frustrados. Sin embargo, la adaptación de de Sanchís Sinisterra está llena de luz, incluso en los momentos donde el montaje ha optado por apagarla queda centelleando en los ojos de las protagonistas. Existe esa larga espera por un Moscú que no llega, pero mientras esperamos vemos que hay vida, no hay apatía, hay una lucha por desprenderse de lo que finalmente será, ese futuro que nadie desea, en medio de una soledad, de la nada.

El traje le sienta a la perfección a una Marta Domingo que últimamente se prodiga poco por los escenarios. Ha roto con las seriedad de un personaje y ha liberado de la coraza que Chéjov atribuye a Olga para mostrarse seductora y exquisita. Mireia Trias dibuja una Masha a la que siempre le costó volar, centrada en los convencionalismos, pero que poco a poco se desata y deja volar su imaginación. Como Irinia, Patricia Mendoza, que la descubrimos en la inocencia tardía de haber vivido siempre entre algodones, y que poco a poco descubre que la vida ha cortado su alas, y decrecen sus ansias de buscar la felicidad.

Raimon Molins demuestra una vez más ese gusto por dejar limpia la escena, por fijarse en los detalles que el mismo texto descubre y nos regala una precisa dirección, llena de simbolismo con un maravilloso ritmo en el que en poco más de una hora todas las piezas encajan sin costuras e incluso la lectura de las acotaciones es todo un placer para los sentidos.  

En una escenografía llena de relojes, que son los que marcan el ritmo de la obra, que más da si ha pasado una hora o años delante de nuestros ojos, el piano sigue sin sonar y Moscú nunca se encontró más lejos. Pero el sueño sigue llenando nuestros pensamientos, aquellos que en poco tiempo han visto cómo dejaban de sonar sus cuerdas. Se encienden las luces, y los aplausos, nos devuelven a la realidad de una tarde de domingo y pienso hoy estoy más cerca de Moscú. Bravo!