LES ROSES DE LA VIDA


dramaturgia y dirección SERGI BELBEL
intérpretes ENRIC CAMBRAY, ROC ESQUIUS, GEMMA MARTÍNEZ y NÚRIA SANMARTÍ
duración 80min
fotografías EL TERRAT
producción EL TERRAT
BARTS

Con una promesa de un buen rato de risas a base de teatro del absurdo, un género tan olvidado como denostado, pero al que agarrarnos cuando vivimos en tiempos en que si nos lo tomáramos todo al pie de la letra, la vida sería muy aburrida. Aquí hemos venido a hacer todo lo contrario. Un Carpe Diem en modo repeat continuo hasta que la cuerda aguante.

Afirma Sergi Belbel en el programa de mano que "enamorarse es un buen problema" y a tenor por los enredos surrealistas que acabamos de presenciar debe ser cierto, y más cuando te enamoras de la persona equivocada. 


El engranaje de Les roses de la vida funciona basándose en unos pilares de sobra conocidos. Uno, quizás es más importante, es un continuo juego de palabras, de lenguajes, donde el habla coloquial se da de bruces con una manera de expresarse con toques arcaicos y rimbombantes que causan la risotada general. En este sentido también choca una pedantería de uno de los personajes que desmonta cualquier argumento en contra y ante el cual es imposible que no se te escape la risa.

Otro de los pilares imprescindible de cualquier comedia es tener un reparto de primera y aquí queda demostrado con un Enric Cambray que domina la escena y que se siente como pez en el agua con un personaje, afectado por naturaleza, que le sienta mucho mejor, para ser sinceros, que el traje rosa. Las tablas juegan a favor para que Cambray consiga sacar todo el jugo a su variopinto personaje. En la parte femenina destaca Gemma Martínez que, a pesar de tener un personaje que roza y supera de largo el tópico de mujer poderosa y odiosa, consigue que el público empatice con ella con un monólogo descriptivo (hasta aquí puedo leer) que deja a la platea boquiabierta dispuesta a aplaudir con las manos abiertas.



La puesta en escena es minimalista, dos sillones rojos, aquí todo es rosa y rojo, colores estridentes para que no puedas, aunque quieras, despegar la vista del escenario. Con platea a la italiana del Barts pocas viguerías se pueden hacer, pero Belbel opta por romper la cuarta pared y sacar a los personajes del escenario, en un final inesperado por todo lo alto con un toque muy kirsch.

Surrealismo en estado puro, a veces excesivo (como la escena tan superflua y totalmente prescindible del perro) pero que provoca que durante 80 minutos no dejes de reírte y abandones los problemas a la puerta. Si te quieres enamorar o no eso ya lo tendrá que decidir el público una vez salga por la puerta. De momento, cerramos el paréntesis y nos quedamos con eso de vive y deja vivir.

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