¿Grande como Shakespeare?


La magia de Chéjov vuelve a los escenarios. La palabra del maestro vuelve a sonar en las tablas españolas cuando se han cumplido, hace pocos meses, los 150 años de su nacimiento en lo que hoy es Ucrania. Y lo hace de diversas formas y en más de una idioma pues junto al estreno de montajes nacionales se unirá próximamente otro procedente de Bielorrusia que representará en Madrid una musical La boda en ruso. Pero antes será el turno de El viaje del actor, un trabajo de Francisco Plaza que comenzará sus funciones en los Teatros del Canal el próximo 1 de octubre.

El montaje no es en sí una obra teatral de Chéjov. El viaje del actor es la suma de tres pequeños textos que Plaza ha unido entresacándolos de la producción de un autor que no sólo fue grande en la escritura dramática sino que tambien fue el gran maestro del relato. Con ellos devuelve a la escena, pero a la vez recuerda un teatro ya desaparecido. "Queremos rendir un homenaje a los hombres del teatro, a todos, pero, en especial, a una raza en extinción, la de esos hombres como Vicó, Rodero o Lemos que eran directores, primeros actores y empresarios de sus obras todo a la vez", explica Plaza. Para eso ha escogido La audición, La petición de mano y El canto del cisne, unos textos que permiten ver la profesión teatral desde instantáneas diferentes.

La primera es la de ilusión. A través de una joven que ha recorrido cientos de kilómetros a pie para presentarse a una audición, Chéjov muestra los inicios de quienes sólo conocen lo que se ve en el escenario y quieren ser éllos los que transmitan la magia a los espectadores. Luego continúa con la representación por parte de la compañía a la que ha sido admitida la actriz de La petición de mano, para finalizar el montaje con El canto del cisne.

El texto es un precioso monólogo con el que un viejo actor repasa su existencia, más que su carrera, porque en realidad ambas son inseparables. "Habla de una forma de hacer teatro que ya no existe,cuando el teatro era una forma de vida y no una forma de ganarse la vida como es ahora", comenta Plaza con pena. Y así concluye El viaje del actor con un anciano en "la oscuridad y soledad de un teatro vacío, olvidado por sus compañeros que no entienden a un viejo fuera de época". Pero que sirven para situar "la palabra y al actor en el centro de todo, como protagonistas del hecho escénico", asegura el director.

El montaje permite asomarse a la obra de uno de los principales literatos del siglo XIX. Chejov es uno de los grandes maestros de todos los tiempos del relato corto, pero también uno de los autores dramáticos que marcan la historia del teatro. "Para mí es por lo menos tan importante como la tragedia griega y Shakespeare", ha manifestado el director alemán Peter Stein, uno de los popes escénicos de los últimos 40 años de la escena europea. Pero también en la americana es reconocido por, entre otras cosas, "la enorme influencia que tuvo en toda la generación de dramaturgos de los años 60" como destaca Juan Carlos Gené.

Ese ascendente ha sido plasmado también en el cine, con adaptaciones de sus obras o sirviendo como inspiración para películas de directores tan dispares como Woody Allen (Hannah y sus hermanas, basada en Tres hermanas) o Louis Malle (Tío Vania en la calle 42).

El secreto radica en que es un autor luminoso, que entró como pocos en el alma de sus compatriotas y llegó hasta el fondo de la decadente sociedad rusa de su época, la previa a la de las revoluciones de comienzos del siglo XX. Nacido en el decadente puerto de Taganrog el 29 de enero de 1860 era hijo de un padre brutal que además se arruinó cuando el chico aún estaba en la escuela por lo que tuvo que pagarse sus estudios con el dinero que obtenía de unas clases particulares que daba. Por eso siempre recordó su infancia y adolescencia como un mal periodo que aparece en alguna de sus obras. Pero consiguió salir adelante y licenciarse en Medicina, carrera que compaginó con la escritura de relatos cortos para ganar un dinero con el que ayudar en la casa familiar.

Las colaboraciones literarias le proporcionaron dinero y reconociento, por lo que poco a poco amplió las miras artísticas. Así, en 1896 escribió La gaviota, que obtuvo un sonoro fracaso al principio y que se convirtió en gran éxito al año siguiente, cuando la dirigió Konstantín Stanislavski para el renovador y legendario Teatro del Arte de Moscú. Ambos colaboraron en otros tres grandes montajes, Tío Vania, Tres hermanas y El jardín de los cerezos, aunque el estreno de esta última causara una discusión con el director, que había decidido incluir una secuencia de sonidos fuertes para acompañar el texto.

A Chéjov esa idea le molestó y fue cuando vino a decir que en su próxima obra no habría ni llamadas a la puerta ni pájaros que piaran; tan sólo la palabra y unos actores con los que pasar un momento maravilloso sin que parezca que sucede nada a su alrededor.


Fuente: Rafael Esteban (www.elmundo.es)

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