La palabra desafía a la dictadura


Terremoto en el circuito off-Broadway de Nueva York: el teatro experimental La Mama, institución de la contracultura del Lower East Side, daba la bienvenida al Belarus Free Theater, que como su nombre indica es una compañía bielorrusa de teatro «libre», con todas las comillas que hacen al caso en un país donde dice la leyenda que la KGB local ni se ha molestado en cambiarse el nombre. El Belarus Free Theater operaba hasta ahora en Bielorrusia en la clandestinidad, representando en apartamentos a los que el público acudía siguiendo códigos de seguridad dignos de una novela de LeCarré. Para llegar a Nueva York, donde estos días participan en el Festival de Teatro Bajo el Radar, tuvieron que salir clandestinamente del país, al que de momento no planean volver. Del festival neoyorquino saltarán a otro en Hong Kong el mes de febrero, y suma y sigue. Se han convertido en una compañía apátrida y nómada bajo el paraguas de su espectáculo actual, Being Harold Pinter (Siendo Harold Pinter), un collage escénico de distintos textos de este autor, hilvanados con cartas de presos políticos bielorrusos.
¿Sienten nostalgia, o incluso envidia, los creadores del «mundo libre» de los que en pleno siglo XXI tienen que salir huyendo de una dictadura? Tal cual se lo preguntamos a Natalia Koliada, productora y fundadora del Belarus Free Theater junto a su marido, el actor y escenógrafo Nikolai Khalezin. Es inteligente y entiende a la primera lo que le estamos preguntando. Contesta con una serena gravedad que desarmaría a cualquiera: «Todo aquel que quiera experimentar lo que es la represión no necesita ir muy lejos: en Bielorrusia, en Afganistán, en Burma; está por todas partes».
Natalia describe los detalles kafkianos de una dictadura irracional que por ejemplo le prohibió a ella ser actriz desde mucho antes de sospechar que había de ser una activista contra el régimen de Aleksandr Lukashenko: «Yo no podía ser actriz porque no podía formarme legalmente como tal; sólo hay una escuela de arte dramático en todo el país, y en ella enseña mi padre, con lo cual yo no podía matricularme allí, se habría considerado corrupción», cuenta.
Quien más quien menos en el Belarus Free Theater ha dado con sus huesos en la cárcel una o varias veces. No ha faltado en la misma Nueva York quien tema que con semejante aura extrateatral sería muy difícil juzgar objetivamente su trabajo; despojado de «morbo» político, ¿se sostiene el interés de Being Harold Pinter? Algunas críticas en Nueva York, desmarcándose del arrobo general, sostienen que no.
El caso es que Pinter en persona, antes de morir, bendijo el proyecto, que le entusiasmaba hasta el punto de ceder completamente gratis el uso de sus textos. Pinter ya no figura entre los vivos pero su viuda, Antonia Fraser, sigue siendo un puntal para el Belarus Free Theater. «Hablamos con ella por teléfono el otro día y estuvo maravillosa», se emociona Natalia. Otros amigos de la compañía son el dramaturgo Tom Stoppard y el antiguo presidente checo Vaclav Havel.
Por fin se apagan las luces de sala en La Mama y nos quedamos a solas con el teatro, el puro teatro en carne y nervio vivos. Cuatro sillas en un diminuto escenario con un bastón plantado en medio. Cuatro actores con traje negro y camiseta blanca. Pronto empezarán a sangrar aparatosamente, tiñendo de rojo la escena, que es efectivamente muy simple. Los primeros peldaños son escenas de íntima violencia privada, muy de Pinter. El reino de la paradoja monstruosa, de la lacerante ambivalencia de lo humano. Que poco a poco va escalando hacia la violencia pública o política. Allá donde la ambigüedad ya no vale, porque ya nos estamos moviendo entre crímenes.
¿Teatro político o teatro de la crueldad? Detrás de Pinter se agitaba la sombra de Antonin Artaud, la religión de la sacudida, el don del dolor hecho llamada, que diría Ibsen, temeroso más aún de los hombres que de Dios. Sólo que los del Belarus Free Theater no necesitan inventar ni imaginar nada. La crueldad que nos regalan la tienen tan a mano como una manzana que cuelga podrida del árbol.
Fuente: Anna Grau (www.abc.es)

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