El baile como arma y presencia



Los Asaltos de la danza nacieron el año pasado y fueron un éxito de su creadora, la bailarina y directora del Certamen Flamenco de Madrid, Margaret Jova. Este año, Jova se empeñó en que no pasara el 29 de abril (se celebra mundialmente el Día Internacional de la Danza) en un pesaroso silencio de derrota en la capital. No consiguió financiación de nadie, pero llamó a los artistas, que respondieron positivamente. Nadie ha cobrado, no ha habido ni dietas ni posibilidad de alquilar un altavoz. Pero los bailarines han dado su salto, su giro y su contracción, su braceo y su desplante.
Las acciones en la calle, en los vestíbulos de las estaciones de trenes y en los museos, en el metro y en sitios de perspectiva vistosa como es el Templo de Debod, donde concluyeron anoche, tenían un fin muy claro: sensibilizar y alertar sobre un arte vernáculo a la vez que emergente, y en constante zona de riesgo.
Para la danza, en cualquiera de sus manifestaciones o estilos, la crisis comenzó hace tiempo. El descenso de actuaciones contratadas, los escuálidos presupuestos y el debilitamiento hasta la extinción de la política de subvenciones han derivado en un progresivo deterioro del ambiente profesional de la danza y el ballet. La fuga de talentos al extranjero es otra cantinela que se repite y aumenta, sobre todo en el caso del ballet académico, la gran deuda pendiente de la cultura española, y a la que, al parecer, se ha dado la espalda definitivamente.
El asalto de la danza en la estación Puerta de Atocha ha sido espectacular, tanto por el número de congregados como por la cantidad de actuantes entre cantantes y bailarines. Dos coros, el de la Fundación de Ferrocarriles y el de la Escuela de Danza y Música Plácido Domingo, entonaron un emotivo Happy day, lo que dio la pauta a las parejas de artistas profesionales. Después se le unieron más de 60 bailarines aficionados que previamente habían ensayado unas sencillas evoluciones no exentas de poesía y de intención reivindicativa. A lo festivo se sumaba así una médula de lucha y amor propio. La coreógrafa Giselle Velasco lideró al gran grupo; los coros estuvieron dirigidos por sus titulares, Ignacio Pilón y Francisco José Flores.
Después, una parte de los entusiastas siguió hasta el patio central del Museo Reina Sofía, donde los visitantes domingueros se encontraron con taconeo intenso y con una concentrada bailarina deliciosamente vestida de volantes “deconstruidos”; ya su vestido tenía mucho de arte conceptual, y ella y su partenaire terminaron debajo del gran móvil de Calder. Antes, la artista había usado una cinta métrica a modo de cifra universal, midiéndose en el todo y por partes, una práctica numérica que también está en las raíces matemáticas y precisas de la danza, donde se cuenta a la vez que se siente y se expresa. Chevy Muraday, director de la compañía Losdedae y premio Nacional de Danza, hizo al final de la mañana su emotivo solo bajo la escultura de Roy Lichtenstein en el patio bisagra entre la ampliación Nouvel y el viejo edificio del museo.
Durante la tarde los Asaltos se hicieron en el Palacio de Cibeles con una nutrida presencia de un público de danza que sí existe, digan lo que digan las más pesimistas encuestas o las taquillas de los tiempos de recesión.
Fuente: Roger Salas (www.elpais.com)

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