El cabaret más teatral apaga los ecos del Studio 54



A escasos metros de Times Square, las notas del cabaret han puesto sordina a los ecos de la música disco que atronaba el mítico Studio 54. Los maltrechos bajos de la discoteca que cerró en 1986, y que ahora ocupa un teatro, se han convertido en una cantina típica de los años de la Prohibición. Desde el lunes, Nueva York cuenta con un nuevo local para amenizar las noches de Broadway. 54 Below pretende evocar en el Manhattan del siglo XXI las esencias del vaudeville de entreguerras.
En plena recesión, rememorar los felices años 20 puede parecer, además de una ironía, una temeridad empresarial, máxime cuando el mes pasado el Algonquin Hotel anunció el cierre de su sala de cabaret. Pero si al frente del proyecto -que además de música incluye un menú preparado por el chef Andre Marrero- está un grupo de productores de Broadway acostumbrados a acaparar premios y a transformar un frío escenario de madera en un mundo de música alternativo, descender a las bodegas del antiguo Studio 54 resulta tentador.
Los responsables de musicales como Hairspray o The producers, Tom Viertel, Marc Routh, Richard Frankel y Steve Baruch, acariciaron la idea de regentar un cabaret en Nueva York hace varios años y este febrero, por fin, anunciaron la apertura de 54 Below. “Hay otros locales parecidos en la ciudad, pero nosotros nos encontramos en un territorio diferente, no solo espacialmente, sino también en cuanto a lo que ofrecemos y el precio a pagar por ello”, explicó Viertel durante la presentación a la prensa del nuevo espacio, en declaraciones recogidas por The New York Times.
Para inaugurar la “nueva experiencia”, como la llaman sus dueños, han contado con Patty LuPone -la primera Evita-, que actuará durante la primera quincena de junio. Ver a la veterana actriz y cantante de Broadway no es tan económico como Viertel advirtió. La entrada cuesta 70 dólares más consumición. No obstante, 54 Below tiene previsto ofrecer actuaciones por un precio que oscila entre los 15 y 70 dólares, con consumición incluida, una suma que se encuentra a medio camino entre la media de 12 a 30 dólares que cuesta la acceder a Joe´s Pub y los hasta 135 que hay que abonar en el Café Carlyle, sus competidores, a priori, más directos.
54 Below no solo quiere diferenciarse en el precio, sus propietarios, todos grandes conocedores de las bambalinas de Broadway, tienen previsto llevar a su cantina a estrellas de la escena musical neoyorkina para que interpreten, en las dos actuaciones diarias programadas, no sólo el clásico repertorio de cabaret, sino temas inéditos. “Si quieres venir a tocar a nuestro local, tienes que tener un show creado expresamente para nosotros, porque somos nuevos y tú también tienes que serlo”, explicó Scott Wittman, el director creativo de 54 Below. Además de artistas consagrados, los promotores quieren contar todos los domingos con cantantes emergentes “para atraer al público joven”, dijo Viertel.
Wittman es el autor de las letras de las canciones de la serie de televisión Smash y de las de los musicales Atrápame si puedes oHairspray. Por delante tiene la tarea de hacer del 54 Below el “salón de Broadway”, según reza su página web. En su empeño, no ha dejado nada al azar y, como si de una nueva producción musical se tratara, ha recurrido a los mejores en la industria del entretenimiento neoyorquina –todos veteranos ganadores de premios Tony- para convertir los bajos abandonados de la discoteca en una cantina típica de los años 20.
El diseñador John Lee Beatty -que atesora 14 de los citados galardones y es el responsable de la puesta en escena de El Color Púrpura, Royal Family o Talley’s Folly- ha sido el encarado de transformar el recinto en un coqueto cabaret. Ha contado con la ayuda de Ken Billington, en poder de otro premio Tony por Chicago para la iluminación y de Peter Hylenski, dos veces nominado por The Scottboro Boys y Rock of Age, para el sonido.
Acostumbrados a trabajar a partir de historias, para recrear el ambiente del cabaret, los propietarios escribieron un guión sobre cómo querían que fuera su local. “Imaginamos que se trataba de la guarida de una banda de forajidos de principios del siglo pasado. Un lugar íntimo pero a la vez muy teatral”, explicó Viertel. Los que han podido visitar el lugar dan fe de que lo han conseguido. Unas angostas escaleras descienden hasta un cubículo rectangular, envuelto en paredes de terciopelo rojo, púrpura y marrón, con espejos de época y grandes candelabros. Las mesas –solo hay espacio para unos 140 comensales y únicamente hay 14 banquetas de cuero frente a la barra del bar- se encuentran a menos de cinco metros del escenario. Todo para provocar la sensación de que los artistas tocan en tu propio salón, el nuevo salón de Broadway.
Fuente: Eva Sáiz (www.elpais.com)

No hay comentarios:

Publicar un comentario