Más de 12,000 eventos culturales han acompañado a los JJ.OO de Londres


Fuente: Rafael Ramos (www.lavanguardia.es)

La cultura está celosa del deporte en Gran Bretaña, y se niega a quedar marginada mientras los atletas del Reino Unido acumulan gloria y el mundo entero está pendiente de las hazañas de Usain Bolt. Por ello, los Juegos Olímpicos de Londres 2012 han ido de la mano de una Olimpiada Cultural compuesta por más de doce mil eventos que abrazan todas las ramas del arte: pintura, escultura, fotografía, ballet, cine, literatura... Lo único es que no se reparten medallas, y todos son ganadores.

Quizás no sea tan emocionante como la otra, pero la Olimpiada Cultural tiene dos grandes ventajas respecto a la deportiva: que ha llegado a todos los rincones del país en vez de a sólo los alrededores de Londres, y que no ha quedado circunscrita en el tiempo a dos semanas, sino que empezó hace meses y todavía le queda cuerda para rato. En realidad se trata de un concepto algo vago que abarca desde exposiciones conectadas directamente con el deporte hasta grandes muestras sobre Picasso, Hockney y Hirst.

El gran campeón olímpico de la cultura del Reino Unido es William Shakespeare, su Michael Phelps, de manera que no es extraño que figure en lo alto del podio y ocupe el lugar más prominente en las actividades organizadas con motivo del gran año de Londres (los británicos lo consideran su principal tesoro nacional, por delante de la monarquía, la bandera de la Union Jack y la libra esterlina, según una encuesta). Hay todo tipo de teorías sobre si en realidad era el hombre llano de Stratford-upon-Avon, un noble de la corte o incluso una firma colectiva, pero de lo que no cabe duda es de que ningún escritor en lengua inglesa ha conseguido profundizar tan bien y con tanta sencillez en los escondrijos del alma humana, poner en palabras el amor y el odio, la pasión y la venganza, la injusticia y la guerra. 

El equivalente cultural de los cien metros lisos han sido 37 interpretaciones de las 37 obras teatrales de Shakespeare por otras tantas compañías de otros tantos países en el Globe del South Bank, el teatro reconstruido como un calco del original donde el Bardo estrenó muchas de sus piezas. Un Hamlet en lituano, un Ricardo II en árabe gentileza de un grupo de Ramala (Palestina) o un Mercader de Venecia son algunas de las joyas de la olimpiada, y una especie de prismáticos que permiten acercarse a la interpretación de las mezquindades, insidias e inquinas de la épica que hacen los maoríes neozelandeses o los zulúes sudafricanos.

"Shakespeare sigue atrayendo a gentes de todo el planeta, que aportan a su obra un prisma diferente y enriquecedor", afirma Tom Bird, director del original festival titulado Globe to Globe, particularmente orgulloso de una producción de Cimbelino presentada por una compañía de Sudán del Sur, un país constituido tan sólo el mes pasado, que integra en la historia del rey bretón y su hija Imagen los traumas y tragedias de su propia guerra civil. Grupos de Macedonia, Albania y Serbia han reinterpretado el sangriento conflicto de los Balcanes en tres obras reunidas como Enrique VI, mientras que Enrique VIII ha sido representada en castellano por los actores españoles de Rakatá, y La comedia de las equivocaciones ha corrido a cargo de una troupe afgana.

La Olimpiada Cultural no se ha llevado tantos titulares pero es incluso más abrumadora que la deportiva, estimándose que 16 millones de personas van a participar en los miles de conferencias, simposios, actuaciones y talleres que la integran. A ella se han apuntado todas las grandes instituciones del arte, de modo que el Museo Británico presenta una curiosa exposición sobre la historia de la producción de las medallas y otra sobre la época de Shakespeare (los viajes del pirata sir Francis Drake, los inventos de Galileo y Copérnico), la Royal Opera House efectúa un recorrido por la historia de los Juegos desde sus orígenes en Grecia, y la Nacional Portrait Gallery exhibe 40 nuevos retratos de algunos de los protagonistas del evento, como el presidente del comité olímpico, Sebastian Coe, o el cineasta Danny Boyle, coreógrafo de la aclamada ceremonia inaugural.

Jeremy Deller, flamante ganador del premio Turner, pone su granito de arena con una instalación interactiva y al aire libre llamada Sacrilegio, que consiste en una réplica hinchable de las ruinas de Stonehenge. También destacan el pabellón de verano creado en la galería Serpentine de Hyde Park por los arquitectos Herzog & de Meuron y el artista chino Ai Wei Wei -autores del famoso Nido de los JJ.OO. de Pekín- y la muestra en The Photographers's Gallery de 204 retratos de londinenses pertenecientes a cada una de las nacionalidades que compiten en los Juegos. Un laberinto literario integrado por 250.000 libros, obra de los brasileños Gualter Pupo y Marcos Saboya, está abierto al público en el Royal Festival Hall, mientras una selección de obras infantiles ocupa varios teatros del West End compitiendo con clásicos como El fantasma de la ópera y Cantando bajo la lluvia.

Así como las entradas más cotizadas para los Juegos cuestan centenares de euros (y se cotizan a miles en el mercado negro), la mayoría de eventos relacionados con la Olimpiada Cultural son gratuitos o tienen precios simbólicos. La Sala de Turbinas de la Tate Modern da la bienvenida a una instalación del angloalemán Tino Sehgal que utiliza la conversación, la danza, el sonido y el movimiento entre sus personajes y el público para crear situaciones sociales. La Whitechapel Gallery ofrece una exposición de la británica Rachel Whiteread, Tree of life (el árbol de la vida). Mientras que los amantes de los automóviles pueden contemplar una muestra sobre la historia del automovilismo (Art Drive! Art Car Collection 1975-2010) con coches BMW transformados por artistas como David Hockney, Jeff Koons, Roy Lichtenstein, Robert Rauschengerg y Andy Warhol, en un parking del barrio de Shoreditch.

Londres está tan animado, con teatros de marionetas en las esquinas, eruditas mesas redondas y todo tipo de música en sus calles, que parece Edimburgo y ha eclipsado el festival de la capital escocesa. No se pueden dar dos pasos, ya sea en los alrededores de la Villa Olímpica, en el Covent Garden o en el South Bank, sin tropezarse con alguien que interpreta una pieza mágica de jazz a la trompeta, con un grupo de samba brasileña o tango argentino, con un maestro de la guitarra española o un nostálgico que canta temas soul de Amy Winehouse. Rock and roll, tecno, blues, rap, lo que se quiera. Hay de todo.

Y, finalmente, están las exposiciones de los grandes museos londinenses que se habrían organizado de todas maneras, pero que al coincidir en un sentido amplio con los Juegos (unos meses antes, durante y unos meses después) se consideran parte de la Olimpiada Cultural. Como por ejemplo la de Tiziano en la National Gallery, una retrospectiva de Damien Hirst (el artista conceptual más cotizado del planeta) en la Tate Modern, la colección de retratos de Lucian Freud reunida por la National Portrait Gallery, la de David Hockney en la Royal Academy, la dedicada a siete décadas de diseño en el Victoria & Albert de South Kensington.

La cuestión, por supuesto, es qué pasará con el deporte y la cultura británicas a partir del lunes, cuando los Juegos y la Olimpiada hayan acabado, todas las medallas se hayan repartido (incluidas las que se va a poner el gobierno), y el énfasis recaiga de nuevo sobre la recesión económica, la austeridad, los recortes, el aumento del IVA y la falta de inversión. Pero esa es otra historia...

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