Lírica para los malos tiempos



Fuente: Miguel Pérez Martín (elpais.com)
Una chica llega al centro de Madrid con su maleta desde un país lejano. En la calle, entre el bullicio de la gente que compra en los comercios de la zona, se encuentra con unos músicos callejeros y con una estatua viviente que le habla. Ahí comienza una historia de amor imposible que da lugar a Tres desechos en forma de ópera, la obra que estrena esta noche el compositor Jorge Fernández Guerra, que fue Premio Nacional de Música en 2007, en el Teatro Guindalera. Una ópera financiada gracias a las donaciones de particulares a través de un sistema decrowdfounding en la que todo es mínimo excepto el espectáculo.
Olviden todo lo que significa para ustedes la palabra ópera, porque aquí no vale. La gran orquesta queda reducida a tres instrumentistas, que saltan del foso a la escena. El escenario baja al nivel del suelo, el gran coliseo de telón rojo se transforma en una sala independiente y la duración —que, por ejemplo, en las cuatro óperas del Anillo del Nibelungo de Wagner alcanza las cinco horas— se reduce a 50 minutos. “Esta obra tiene un lenguaje operístico sin pretensiones. Lo que me interesa es que la ópera vuelva a contar historias”, dice el compositor.
En estos tiempos de crisis económica pero también de identidad para la ópera, Fernández Guerra ha visto la necesidad de hacer “una ópera española reactivada desde la frescura, desde un teatro con pocos recursos”. Durante dos años ha intentado hacer una “ópera que tenga complicidad con el público, con ese lado social que tenía durante el siglo XX antes de la irrupción del cine, que convirtió a la ópera en un lenguaje viejo”.
Fernández Guerra le ha dado muchas vueltas antes de lanzarse a esta aventura. Estudioso de la ópera contemporánea, ha encontrado su propia fórmula para hacer este proyecto viable y conseguir llevarlo a escena. “Lo más importante es que la relación entre texto y música sea poderosa, que creas que solo se puede hacer de esa manera. Mi apuesta es también la de una ópera completa: totalmente cantada. Y para terminar, la temática tiene que ser actual, que refleje los problemas de la sociedad contemporánea”, comenta. “No me importaría que dijeran que es una ópera perroflauta. Creo que desde la calle se puede recuperar el género con mucha más frescura”, sostiene.
La música y el texto, pilares fundamentales de una ópera, también se escapan de lo tradicional. En el libreto se mezclan adivinanzas y poemas de Gloria Fuertes, mientras que la música está basada en Trois morceaux en forme de poire, del francés Erik Satie. “Son piezas hechas con temas de cabaré de finales del siglo XIX, que se pueden deshacer y combinar. Siempre he procurado que esté Satie detrás, pero elaborando nuevas melodías para esta miniorquesta de músicos callejeros”, explica el compositor.
¿Pero cómo calará la propuesta entre el público, que suele mostrarse cauto ante las creaciones operísticas actuales? “La ópera contemporánea es un laberinto, un campo de batalla. Lo que importa es que el resultado sea como una canción, que la gente la recibe y la acepta como es”, comenta el compositor. Por eso piensa que quizá el lugar de la ópera actual no sea los grandes teatros: “Los teatros de ópera son grandes máquinas de reproducir el pasado. El pasado no puede desaparecer, pero tampoco puede comerse al presente. Debería haber otras instituciones líricas más modestas, como pasa con el teatro y la danza, que tienen salas independientes, y que ese fuera el lugar de las óperas contemporáneas”, explica.
Lugares en los que el público sienta más cerca el espectáculo, que pueda “tocar a los cantantes con extender la mano”, como dice Vanessa Montfort, la directora de escena del montaje. Juega con los tres músicos callejeros —clarinetista, violinista y contrabajista— y con los únicos dos cantantes: la soprano Ruth González y el barítono Enrique Sánchez-Ramos. “Esta ópera se suma también a la protesta de la gente que toca en la calle. He conocido a músicos callejeros reales que por la tarde tocan en un gran teatro, pero que tienen que hacerlo también en la calle para sobrevivir”, comenta Montfort. Para alimentar esa sensación de cercanía con el público, la escenografía del escultor Florentino Díaz está elaborada con desechos y basura recogida de los contenedores.
Una ópera a pie de calle para bajar al género del pedestal, pero también para recuperar la relación con el público: escuchar lo que quiere. “El que piensa que el arte es arte y que si el público no lo entiende es su problema, es un idiota”, dice Fernández Guerra. Y, siguiendo su tesis de que cada ciudad tiene un modelo de ópera y unas necesidades, se aventura a definir la de Madrid. “Madrid necesita escuchar ópera actual en español y tiene que ganar confianza en sí misma como público: no debe estar tan pendiente de lo que se dice de ella fuera. Madrid tiene que apostar por lo que le gusta e insistir. ¿Cómo se consigue eso? En el fútbol se ha conseguido: nos lo hemos creído y ahora creamos opinión y todo el mundo habla de ello”, sentencia.

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