El salto más arriesgado de Ullate

Fuente: Miguel Ayanz (larazon.es)

No es casual que La vida y la danza arranque con un fugaz viaje a una tarde aciaga de 1968. En La Habana, al final de un ensayo, un bailarín de 21 años que estaba ya en el centro de todas las miradas como promesa del Ballet del Siglo XX de Maurice Béjart, se hacía añicos la rodilla y la ilusión en una mala caída. «Ya no voy a bailar más. ¿Por qué tiene que pasarme esto a mí, a mí que trabajo como un loco, a mí que vivo por y para la danza?», se preguntaba aquella estrella en ciernes. Ligamentos, tendones, menisco destrozados... La lesión parecía definitiva. El prólogo da un salto de ágil bailarina y nos sitúa, en el siguiente párrafo, ante la dimensión del biografiado: «En marzo de 1973, al terminar la clase previa al ensayo de "El compañero errante", Rudolf Nureyev le dice: -Giras muy bien, eres como un trompo. ¿Quieres enseñarme?». En cinco años, Víctor Ullate había reflotado su carrera y estaba en lo más alto. Esfuerzo, tesón... Es fácil contar cómo lo logró, pero no tanto hacerse idea de lo que supuso en realidad.

El bailarín y coreógrafo parecía estar emocionado ayer en la presentación de sus memorias en los Teatros del Canal, acompañado de dos de sus tres hijos –Víctor Ullate Roche y Josué Ullate– y de su mano derecha, Eduardo Lao, en la sede del ballet que lleva su nombre en los Teatros del Canal. Prologadas por el crítico Roger Salas y escritas por la periodista Carmen Guaita, a quien conoció hace diez años y a la que el propio Ullate eligió para esta empresa, y tituladas «La vida y la danza», estas memorias viajan desde la infancia de niño introvertido en el colegio pero feliz que no paraba de bailar en cuanto podía desde muy pequeño hasta sus años de coreógrafo al frente de su propia compañía. En el camino, aparecen nombres como el de Gades, quien le dio su primera oportunidad cuando le vio bailar flamenco con sólo 9 años, y el de su maestra de clásico en los comienzos: «María de Ávila nos enseñó a amar el ballet. Supo hacer de nosotros bailarines con un profundo interés por la historia de la danza», asegura. Antonio el bailarín se lo llevó a su compañía en 1962. «Víctor Ullate es el mejor bailarín que conozco», dirá una vez. Ahí están también Nureyev y, cómo no, Béjart, su gran maestro. Su huella estilística es imborrable en el aragonés.

Primer bailarín

Un domingo de julio de 1965, aquel joven decidido se plantó en La Zarzuela, donde el coreógrafo belga buscaba bailarines de clásico. Seis meses después ya era primer bailarín en Bruselas. «Víctor Ullate forma parte ya de la época de esplendor de los bailarines», asegura la autora, que lo entronca con una tradición que nace en Diaghilev y sigue en Nijinsky, Nureyev y Béjart. Del penúltimo, la biografía recoge el momento inolvidable en que lo conoce, en Lisboa, con Ullate huyendo de la policía de Salazar y colándose en su camerino.
La biógrafa recordó que «Béjart dijo de Ullate que era el bailarín que él hubiera querido ser» y viajó hasta aquellos 45 minutos de aplausos en París. Es una larga carrera que apenas cabe en estas líneas: sus éxitos como coreógrafo, desde «Sentimientos» a «Wonderland» o «Samsara», donde su espiritualidad se hace carne en movimiento. Pero, en todos aquellos momentos de gloria, Ullate lucha con la soledad. Y años después, en algunos de los capítulos más personales del libro, le ocurrirá lo mismo cuando, divorciado de Carmen Roche, no puede ver a sus hijos. Coreógrafo, primer director del Ballet Nacional Clásico en 1978, maestro de varias generacions –entre otros muchos, de Nacho Duato–, ha conocido la miel del éxito y los sinsabores de la política. «No guardo rencor a nadie –aseguraba ayer–. Con amor consigues todo en la vida».

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