Sergi Belbel: ´Si pudiera, la derecha prohibiría el teatro´



Font: Elena Vallés (diariodemallorca.es)

Dramaturgo. El Premio Nacional de Literatura Dramática visita mañana el Club de DIARIO de MALLORCA para hablar de teatro en tiempos de crisis. El catalán, que acaba de escribir el guión de una película sobre Amadeo de Saboya, concluirá su etapa como director en el Nacional de Catalunya el 30 de junio. Su próximo proyecto: dirigir lo nuevo de Jordi Galcerán

Si España fuera Cataluña, una tierra con una tradición reciente de mecenas, ¿ya tendríamos ley de mecenazgo?

En efecto, esa tradición data del siglo XIX. De hecho, toda la cuestión del catalanismo depende mucho de esa burguesía que decidió apostar por unas infraestructuras que defendieran la lengua. El Liceu es un ejemplo. Lo pagó la burguesía catalana. En cambio, el Teatro Real de Madrid lo pagó la Administración porque no tenían una burguesía semejante. Si España fuera Cataluña, no sé si tendríamos ya ley de mecenazgo, pero como mínimo los artistas sabríamos a quién presionar para que la hicieran.

¿Pasa el futuro de la cultura por la tan cacareada alianza público-privada?

Dicen que sí. Es una situación que ya se da en países como Inglaterra. Allí, las empresas se comportan un poco como el ministerio de Cultura. Ponen dinero y reciben exenciones fiscales muy ventajosas. Aquí los empresarios ponen poco porque no reciben ningún beneficio. Por eso creo que la ley de mecenazgo sería una buena solución.

¿No teme, sin embargo, por el dirigismo de los intereses privados? Por ejemplo, un grupo de artistas está luchando por que la Tate Modern rompa relaciones con la pretrolera BP. A veces, las empresas buscan lavar su imagen invirtiendo en cultura.

Es un debate que también está sobre la mesa. De momento, esta situación no se ha dado en España. Quizá pueda suceder en algún momento, sobre todo cuando la aportación que hagan sea más grande y deseen tomar decisiones. Por eso, creo que la ley de mecenazgo al sector público debería ir siempre unida a una ley de transparencia.

En España están apareciendo nuevas fórmulas teatrales y salas alternativas que están teniendo bastante éxito de público. En cambio, el teatro más tradicional pierde gas. ¿Hacia dónde vamos?

En esta cuestión que comenta, hay un hecho muy peligroso: la posible desprofesionalización del teatro. Hemos luchado durante 20 años para conseguir que nuestro trabajo sea un empleo normal y corriente, con su contrato, su seguridad social. Con la crisis, parece que todo esto se desmorona. El teatro en los garajes o en los pisos es algo que ya se hizo en Nueva York en los años sesenta, y me parece que está muy bien. Pero si comporta el fin de la profesionalización, estoy en contra. Está claro que, si no hay oportunidades, uno se agarra a estas propuestas. Pero hemos de seguir luchando por la dignificación. ¿Por qué crees que hay ahora en Cataluña más dramaturgos que nunca? Pues por los veinte años de profesionalización que llevamos. Sin la dignificación de nuestro trabajo, podemos caer en el amateurismo.

Estos espacios alternativos a veces se venden como laboratorios llenos de futuro. 

¿De futuro? Son más mausoleos y tumbas. Es cierto que en ellos se ve mucho talento, pero porque de momento los llevan personas que son profesionales, que vienen de una etapa en la que el teatro se ha profesionalizado. ¿Habrá tanto talento en ellos dentro de diez años si la gente ha de trabajar de camarera para después poderse dedicar mínimamente al teatro? Estos espacios y fórmulas están bien como complemento, pero no como finalidad.

¿Debería haber en los teatros públicos del país más compañías estables?

Sí. En España sólo está la Compañía Nacional de Teatro Clásico y poca cosa más. En el Teatre Nacional de Catalunya no hemos podido hacer compañía por cuestiones presupuestarias. Una compañía estable consolida un público, crea un star-system, un flujo. Pero el coste de 40 actores sólo lo puede asumir un organismo público con mucho dinero, cosa que ahora es impensable. Intenté hacer algo parecido con el T6, con nueve actores fijos, y funcionó muy bien. Pero se tuvo que desintegrar con el desmantelamiento de la Sala Tallers, una situación que ojalá sea momentánea.

¿Hasta qué punto ha de ser beligerante el gestor de un teatro al que se le imponen recortes que éticamente desaprueba?

Llega un momento en que la beligerancia es dar puñetazos a la pared. Nos podríamos quejar mucho, pero acabas trabajando con lo que tienes. Ves que cierran plantas de hospital y causa una especie de angustia la queja continua por que a ti te han recortado para el teatro. La rebelión creo que la hace cada uno a su manera. En el teatro, creo que tenemos que hacer productos para que la gente reaccione. Pienso, por ejemplo, en la obra que hay ahora en el TNC, Barcelona, de Pere Riera. La gente tiene claro que esta pieza, ambientada en la Guerra Civil, está hablando en parte de lo que sucede ahora. La gente que ve esta obra se pone en pie cada día, aplaudiendo fuerte. Su reacción es muy catártica. Creo que la gente tiene ganas de manifestar su descontento con lo que está pasando.

¿Adónde conduce la política de reposiciones desarrollada por gran parte de los teatros?
No hay más remedio. Con una compañía estable en un teatro, no hablaríamos de reposiciones. Ahora mismo reprogramar obras de éxito es una manera de dar rentabilidad a las salas. Por otra parte, creo que también habría que desprogramar lo que no funciona, y es algo que no se hace. En un teatro público, cuando una obra no funciona, sientes que tienes mucha responsabilidad porque es dinero público, de todos.

Entonces, ante las bajas ocupaciones de los teatros, se abre la eterna pregunta: ¿qué se le ha de dar al público, lo que quiere o lo que necesita?

Es el gran debate. Hemos de evitar que nos dé la espalda el público. Pero de aquí a vender el alma al diablo... Un buen ejemplo es la obra de Pere Riera que comentaba: es una pieza comprometida, dura, con momentos cómicos. Es un producto atractivo y trabajado que no cae en lo complejo e insondable. El teatro privado ha de luchar para conseguir llenar la sala con lo que el público quiere. El subvencionado y el público nos hemos de preguntar: ¿cómo lo hacemos para no rebajar la parte artística y que siga viniendo público? Es complicado con el precio de las entradas, caras e infladas con el 21% de IVA.

Con el teatro, ¿quién se porta peor: la derecha o la izquierda?
Sin duda, la derecha. Lo digo sin ningún tipo de pudor. Les molestamos; si pudiesen, nos prohibirían. Hace 77 años, fusilaron a Lorca. No hay que olvidarlo. Y nadie dijo nada. La izquierda no es que nos adore, pero nos ha de tolerar más.

¿Ha notado una reducción de la presencia del teatro balear en Barcelona?

Sí. Entre 2000 y 2008, vi mucha fuerza tanto en la dirección de los actores como en la dramaturgia. Hubo mucha presencia. En los últimos dos años, parece que ha sucedido alguna cosa en las islas.

¿Echa de menos las colaboraciones con el Teatre Principal de Palma?

Aquello funcionó bien. Mort de dama fue un éxito. Es una pena que aquello cayera en saco roto.

¿Ha visto Acorar?

Aún no, pero tengo el libro. Lo tengo pendiente.

¿Siguió la polémica de los Premios Max?

¿A qué se refiere?

¿Son los Max los premios del teatro de Madrid?

Parece ser que sí. Cuando uno lee "categoría a mejor autor en catalán o valenciano", exclama: "Madre de Dios". El teatro catalán tiene una especificidad que no se tiene en cuenta. Era increíble que un espectáculo tan bueno como Incendis [Oriol Broggi] no tuviera nominaciones. 

No hubo ni una sola mención a Anna Lizaran durante la gala. 

Eso fue muy fuerte y desagradable. En serio, es que a veces parece que nos obligan a querer la independencia.

De lo que ha puesto en pie durante estos ocho años, ¿qué sería imperdonable que tumbara su sucesor Xavier Albertí?

Debe desarrollar su proyecto con total libertad. Vista su trayectoria, se espera que haga un teatro con rigor intelectual y compromiso. Si ha de cambiar algo de lo que puse en pie, que lo haga.

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