Familia de cómicos


Fuente: Rocío García (elpais.com)
Ese verano hacía un tórrido calor en Madrid. En la calle de San Roque, a dos pasos de la tumultuosa Gran Vía, en una pequeña sala de ensayos, un grupo de seis actores con un director y un productor a la cabeza daban vida a un texto complicado y muy filosófico, enredado. Todos se habían quedado sin vacaciones por su culpa. No había dinero, ni presupuesto, ni teatros donde poder estrenar. No había ningún padrino detrás. A los actores no les dieron ninguna esperanza. Miguel del Arco y Aitor Tejada, también intérpretes, guionistas y socios de Kamikaze Producciones, solo les garantizaron el pago por ensayar La función por hacer, una obra basada enSeis personajes en busca de un autor, de Luigi Pirandello.
A Raúl Prieto (Valencia, 1976), uno de los intérpretes, le pillaron relajado en un chiringuito de la playa en Denia, donde pretendía tirarse a la bartola después de un duro invierno de trabajo. Miriam Montilla, entre cuyos trabajos más conocidos figuran La Caja 507 o Héctor, no atravesaba su mejor momento. Estaba arrasada, confiesa, y no se encontraba con fuerzas para acometer ese personaje tan dramático que le ofrecía su amigo Miguel del Arco. Menos mal que los cientos de mensajes insistentes que le dejó Miguel en el contestador surtieron efecto. “Le agradeceré toda la vida lo pesado que fue”, reconoce hoy la actriz. Bárbara Lennie (nominada en 2005 al Goya como mejor actriz revelación por Obaba) no conocía al director que le llamó por teléfono para ofrecerle el papel de esa mujer visceral que descorcha las pasiones. Fue en una terraza de la plaza de Santa Ana donde Bárbara dio el sí definitivo. A Manuela Paso (Madrid, 1969) le convenció la carga dramática de las palabras escritas por Del Arco, aunque dudó por ese papel de madre con tan pocas frases que le habían asignado. La explicación del director –“hacer vivir a un personaje que parece que no está es más complicado”– fue definitiva. Por su parte Israel Elejalde, conocido para el gran público por sus papeles en series de televisión como Amar en tiempos revueltos, Toledo o Herederos, y Cristóbal Suárez (El comisarioAmar en tiempos revueltos) estaban en el proyecto desde sus inicios.
Y ahí estaban esos seis actores creando, en el verano de 2009, una de las obras teatrales más impactantes de los últimos años en España. La función por hacer fue el inicio de una aventura y un viaje colectivo que no ha terminado. Supuso el germen de una compañía estable de teatro, algo casi inimaginable en estos tiempos inestables. La formación de una familia de cómicos que con su talento y su trabajo recorren pueblos y ciudades. Como decía el cómico de los cómicos, Fernando Fernán-Gómez, en El viaje a ninguna parte. “Porque nosotros, los cómicos, ya se sabe, siempre de acá para allá”. Picados por ese veneno del teatro. “Lo tiene, ¿sabes? Un no sé qué, un misterio. Hay gente que dice: voy a probar, un año, dos, y si me va mal, me dedico a otra cosa. Y luego no lo puede dejar”, escribía Fernán-Gómez. Y ese veneno, arrastrado por el éxito, lleva a esta nueva familia de cómicos a viajar en estos días a Colombia. Allí presentarán La función por hacer en el prestigioso Festival Internacional de Teatro de Bogotá, primera parada de una gira internacional. A continuación, a finales de este mes, estrenarán por todo lo alto en el Teatro Español de Madrid su tercer trabajo como compañía, Misántropo, basado libremente en el texto de Molière.

Lo que se vivió en esas cuatro paredes de la calle de San Roque, unos 80 metros cuadrados a pie de calle y sin luz exterior, un lugar con sensación de intimidad, fue, todos lo dicen, vertiginoso. “Se lio desde el primer día”, cuenta Miguel del Arco. “Aquel texto tan complicado sobre el papel se hacía grande en la boca de esos actores. Nació una química especial cuando empezaron a jugar juntos”, añade el director. Era un texto, ni cómodo ni fácil, que ya habían intentado mover hacía cuatro años y fue un fracaso. Ni siquiera les recibían para poder entregar en mano aquel puñado de folios. Así que se decidieron a montarlo solos, siguiendo ese pálpito del que habla Aitor Tejada, el que hace las veces de productor de la compañía. “Por unas causas u otras, atravesábamos unos momentos de cierta frustración y pensamos que ese verano era el idóneo para lanzarnos a la piscina”, explica Israel Elejalde, gran amigo de Miguel del Arco.
No solo era confianza en el texto y el director. También una cierta desazón con las formas de trabajar. “Tenía ganas de ser dueño de mi trabajo, de tener una relación directa y sin escalafones con mi director y mis compañeros”, añade Elejalde, quien no duda en calificar como uno de los momentos más emocionantes de su vida lo que se fue encontrando ese caluroso verano en aquel local con las ventanas forradas. “Todos pusimos mucho de nosotros. Sin saber realmente adónde íbamos, ya desde el principio todos tuvimos la sensación, que he tenido pocas veces en esta profesión, de que estábamos haciendo algo bueno. Cuando acabábamos los ensayos, nos mirábamos y sabíamos que aquello funcionaba, que no estábamos locos”, dice Elejalde.
“Fue todo muy mágico, unos nos conocíamos y otros no, pero se creó un ambiente de trabajo en el que todos teníamos ganas de hacer eso bien. El tiempo que quedábamos íbamos a muerte”, dice Montilla. Raúl Prieto por supuesto que no se arrepintió de tener que prescindir de sus vacaciones ese verano, aunque lo que estuvieran ensayando no tuviera futuro. “Fue toda una aventura en el vacío. Desde luego, en ningún momento podía prever lo que pasó después. Miguel siempre nos decía: ‘Lo mismo solo hacemos dos funciones en esta misma sala de ensayo y luego nos tomamos unas cañas y tan amigos’. ¡Anda que no nos hemos tomado cañas desde entonces!”.

Decidieron organizar tres funciones al público, en la misma sala de San Roque, y aquello fue la debacle. Amigos tenían muchos, pero les costó que se acercaran programadores y profesionales del teatro. Lo recuerda bien Ayanta Barilli, entonces directora artística del Teatro Lara de Madrid y hoy una de las socias de la entidad. “Me lo van a birlar”, fue el primer temor de Barilli nada más acabar esos 90 minutos de teatro en estado puro, con unos intérpretes vestidos con sus propios ropajes, que se movían entre el público, que tropezaban con él. “Me di cuenta de que estaba ante una experiencia litúrgica que es la sensación que te ofrece el teatro de calidad”. Fue tan emocionante que literalmente se tiró en plancha hacia Miguel del Arco para ofrecerle el recién inaugurado espacio off del Teatro Lara.
Y así llegó el gran estreno, el 4 de diciembre de 2009. La que se montó en el Lara en las noches de los fines de semana, muchas de ellas bajo fuertes nevadas, todavía lo recuerdan en los bares de la zona. Las colas nocturnas eran eternas y de las 60 sillas de tijera habilitadas en el hall del teatro se pasó a las 100 localidades, gracias a sillas o butacas pedidas a los locales de ocio de la calle y al empeño de los espectadores de ver la obra, ya fuera de pie o en el suelo.
El reconocimiento de la profesión llegó pocos meses después, con siete Premios Max, entre ellos al mejor espectáculo de teatro, director e interpretaciones de reparto para Raúl Prieto y Manuela Paso. Pero ese sueño no hizo más que empezar. A continuación llegó Veraneantes, un montaje realizado a partir de la obra de Gorki que se estrenó en el teatro de La Abadía. Han pasado poco más de cuatro años desde el milagro de La función por hacer y ya se puede decir que la compañía Kamikaze se ha convertido en familia, una familia de cómicos en carretera. También un ejemplo y una referencia para muchos, una manera de trabajar diferente, un viaje artístico colectivo que ha dado sus frutos. Un lugar medianamente estable, donde poder explorar límites, en el que los actores –“todo tiene que girar en torno al ejercicio del actor, todo es prescindible excepto su trabajo, son los que se desnudan en el escenario, los que dan la cara para explorar una serie de emociones, cuando los demás estamos un paso atrás, en un cuarto oscuro, en un lugar más preservado”, defiende Del Arco– salen a sorprender, a escuchar al compañero para alimentar la energía común, a buscar y ofrecer al público el mayor compromiso emocional.
Entre mis sueños estaba tener una compañía de repertorio, moderna, que pudiera investigar y trabajar con una cierta perspectiva, dice Miguel del Arco
Se han reunido hoy para la sesión de fotos, en un estudio de un popular barrio de Madrid. Es un encuentro de amigos. En esta ocasión, les acompaña un colega de siempre que se estrena como actor con el grupo en Misántropo, José Luis Martínez. Miriam Montilla abraza amorosa a Bárbara Lennie, mientras Manuela Paso, sonriente, se prueba una blusa de lunares algo transparente. “Estar en este momento dulce que tenemos por expectativas y expectación ante nuestros trabajos no me lo imaginaba para nada. Sí que entraba en mis sueños tener una compañía de repertorio, moderna, que pudiera investigar y trabajar con una cierta perspectiva”, dice Del Arco.
La evolución ha sido extraordinaria, con respecto a su próximo montaje,Misántropo, que se estrena en el Teatro Español el 23 de abril. “Ojalá pueda decirlo muchas veces más a lo largo de mi carrera. Hasta ahora, Misántropoha sido el proceso creativo más fabuloso que he vivido porque ya contaba con la complicidad de base, la compañía está absolutamente armada y hemos implicado a todo el equipo que nos ha acompañado desde La función por hacer como nunca antes habíamos hecho”, señala su director, al que le aburre la soledad de la escritura. El montaje de Misántropo ha sido todo un taller de investigación, lecturas, conocimiento y eternas discusiones, en el que no han faltado tareas y juegos. Un grupo trabajando todos en la misma dirección, advierte Raúl Prieto, en el que nadie destaca por encima de otro, en el que la escenografía o las luces o el vestuario son tan importantes como cualquier otro componente de la compañía.
Antes de encerrarse en la escritura, Del Arco convocó a actores, técnicos y creativos en torno a este clásico de Molière (estrenado en junio de 1666), a ese personaje complejo y dolorido que desprecia al género humano y que responde al nombre de Alcestes. Todos se leyeron no solo la propia obra de Molière, sino las dos recomendaciones del director: Discurso y verdad en la antigua Grecia, del filósofo francés Michel Foucault, un tratado sobre la moralidad y sinceridad de los sabios aun a riesgo de su vida o de su soledad, y la biografía del dramaturgo francés, escrita por el soviético Mijaíl Bulgákov, Vida del señor Molière. En esas reuniones previas no se habló de los papeles, los actores no sabían a quién iban a interpretar, todos tenían que entrar en el corazón de todos, desde el propio Alcestes, ese ser complejo y contradictorio, reñido con el mundo, a la bella Celimena, ambiciosa y seductora, o a ese amigo sincero, aunque algo hipócrita, de nombre Filinto. También a Oronte, exitoso y sin escrúpulos, en la rígida y calculadora Arsinoé, a la culta y reflexiva Elianta o al despreciable y corrupto político Clitandro.
Incluso se planteó un juego en el que cada uno tenía que defender o criticar ciertas ideas de la función, escuchar los matices de los compañeros, las dudas y los ruidos que generaba el Misántropo. Con todo ese material, Miguel del Arco se fue a escribir su versión y a colocar a los intérpretes con cada personaje. “Nunca nos habíamos implicado tanto”, explica Miriam Montilla (finalmente Elianta). “Esa cantidad de información que te llevas a tu casa se va posando poco a poco y cuando te pones de pie y subes al escenario tienes incorporado no solo a tu personaje, sino toda la función, también el concepto espacial”, añade Montilla. “En el caso de Misántropo,todo un clásico teatral, reflexionamos y discutimos mucho sobre los lazos con la realidad actual. No llevamos pelucas, pero hablamos con las palabras de Molière al público de nuestro tiempo”, explica Elejalde (Alcestes). “Fue muy interesante porque antes de saber qué papel ibas a interpretar te veías obligado a ponerte en la piel de todos y te dabas cuenta de que ninguno es bueno o malo, que todos tienen sus motivos para hacer lo que hacen”, asegura Raúl Prieto (Filinto).
Eso sí, sueños los justos, que no están las cosas para muchas alegrías. Y en eso está siempre vigilante Aitor Tejada. Hasta para calcular el volumen del escenario y que pueda caber en una furgoneta, no sea que les vaya a pasar como en Veraneantes, un éxito que no pudieron girar por el tamaño de la escenografía. “La diferencia entre una furgoneta y un tráiler de seis metros es que te cargas o no la gira”, reconoce Del Arco y advierte de que, a pesar de estar bien colocados en la industria, todavía siguen trabajando muy en precario. “Este Gobierno no hace más que poner palos en las ruedas de los espectáculos culturales, y el 21% del IVA es solo uno de ellos. No hay una conciencia clara de lo que tiene que ser la cultura. Es posible vivir de esto, pero con un esfuerzo tremendo. Por ejemplo, en el mes de febrero no hemos tenido ni un bolo y sin bolos el teatro muere, y eso que nosotros estamos ahora colocados en lo más alto”, añade Del Arco, mientras Tejada apunta: “Las giras son las que dan a una compañía la estabilidad necesaria para continuar”.
Yo quería trabajar así, desarrollarme artísticamente en grupo. Esta compañía es ese lugar seguro para estar inseguro, cuenta Bárbara Lennie
Se ponen en carretera como los cómicos de antaño, sin olvidar esa palabra. Cómicos, que, según proclamó José Luis Gómez en su reciente discurso de entrada en la Real Academia Española, “incluye la conciencia de la precariedad y el desamparo como el disimulado orgullo, consciente o no, de su función pública”.
Bien lo sabe Cristóbal Suárez (Oronte, en Misántropo) que vivió sus inicios de carrera con una sensación de culpabilidad. “Siempre he tenido maestros importantes, he trabajado con gente muy potente a la que he reverenciado, pero con esta compañía se ha creado algo que para mí es nuevo. Aquí no hay una pirámide, sino que todo es circular. Todo se pone en común para crear juntos”, asegura.
Han sido tiempos bonitos, ha habido niños, rupturas, parejas…, “mil millones de cosas que hemos ido viviendo de alguna manera juntos”, reflexiona Bárbara Lennie (Celimena), que recuerda ahora las palabras que Peter Brook plasmó en su autobiografía Hilos de tiempo, en la que el director de escena británico hablaba de la importancia y la excelencia del trabajo en una compañía. “Me daba envidia, yo quería trabajar así, desarrollarme artísticamente en grupo. Lo hemos conseguido. Siento que he encontrado ese grupo. No sé dónde irá, ni si lo mantendremos y de qué manera, pero los años que ya hemos vivido han sido de mucho crecimiento, de muchos descubrimientos. Pertenecer a esta compañía me ofrece ese lugar seguro para estar inseguro. Uno puede entrar ahí y estar perdido, y buscar cosas que a priori no encuentras, pero vas de la mano de una gente de la que te fías y a la que puedes entregarte. Esto en este oficio es muy difícil porque a veces está uno muy solo. El grupo te da calor y seguridad para afrontar los miedos colectivos”.
Es algo más que un viaje artístico y económico, es una manera de ver la vida, el teatro, el arte, de relacionarse con el mundo, una forma de organizar tus huecos, tu tiempo, tu trabajo. Israel Elejalde, hombre ya poderoso en la escena teatral, defiende que cuando uno pertenece a una compañía eres dueño de tu profesión, “un trabajo en el que casi nunca uno es dueño de nada”. Por eso, este intérprete siempre busca la mirada de sus compañeros. “El teatro es un arte colectivo y solo funciona bien cuando el grupo lo hace. Un protagonista no existe sin la mirada del resto de los personajes. Es muy difícil que un protagonista esté bien si alrededor no hay una serie de gente que esté a la altura y sepa transmitir al público la envergadura de ese personaje. Cuando un grupo funciona bien es cuando el espectador se olvida de que está viendo teatro. Las quiebras aparecen cuando uno empieza a ver que se lo sabe todo, que no hay riesgo, ni grietas, ni vértigo. Nunca nos relajamos, no nos lo permitimos. El día que empiece a pasar nos disolveremos”.
De momento, esto parece lejano. Y si no, que se lo pregunten a José Luis Martínez (Clitandro), que se incorpora por primera vez en Misántropo al equipo actoral, en el que ha encontrado ese espacio de libertad tan ansiado en el campo del arte. “Aquí no se cuestiona nada más que tu capacidad de creación. Nos conocemos bien y respetamos nuestros espacios vitales, nos vamos acoplando, queriéndonos, sin alharacas, admirándonos mutuamente”.
Manuela Paso (Arsinoé) no se cansa de repetir que la clave del éxito de este grupo es la “inteligencia emocional”. “La incomodidad no te permite dar lo mejor de ti, ni entregarte, ni comunicarte con el colega. Somos todos responsables de lo que ocurra en la compañía, cada uno de sí mismo y de los otros”.
La sesión de fotos ha terminado y la familia se despide. Cada uno es distinto. Miguel del Arco lo sabe y lo que más le emociona es el esfuerzo diario que hacen para encajar dentro del grupo. “Esto es muy bonito. Es como queremos hacer nosotros teatro en una profesión que nos apasiona. ¿Quién es el idiota que puede romper esto?”. Parece que nadie.

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