Krystian Lupa: “La omnipresencia de la ignorancia se vende como un logro de la libertad”


Fuente: Jacinto Antón (elpais.com)
Krystian Lupa (Jastrzebie Zdroj, Silesia, 1943) es no solo uno de los grandes nombres del teatro internacional sino una de las mentes más lúcidas de la cultura europea contemporánea. El director polaco, cuyos sensacionales y maratonianos montajes son muy a menudo adaptaciones de obras de novelistas —que prefiere a los dramaturgos—, ha mostrado a lo largo de su carrera una predisposición especial por Thomas Bernhard. En una de las grandes novelas del escritor austriaco, Tala, en la que se despieza al mundo artístico, se basa precisamente su nuevo espectáculo del mismo título que se ofrece hoy y mañana en El Canal (Salt), en el marco del festival Temporada Alta de Girona.
¿Por qué el regreso a Bernhard? “Después de una pausa de unos años he vuelto a leer sus obras y me he encontrado con que eran libros distintos”, explica. “ He releído Tala —que leí en alemán hace años—, porque se acaba de traducir al polaco y ha entrado, pues, en la literatura polaca. Me he dado cuenta de que es un texto increíblemente actual. Hay muchas similitudes con el mundo de la cultura polaca y su relación con las autoridades políticas. El mismo engaño de muchos artistas, la misma traición a los valores principales del artista que son sobre todo luchar por su visión del mundo”.
Lupa recalca que Bernhard entiende esa traición como “abandonar el proceso de maduración, escapar del compromiso del artista de imponer al mundo su visión e intereses propios”. El artista “ha de querer como su primer objetivo cambiar el mundo, se lo exige un poder mayor que el poder político que es el poder de la creación”. Para Lupa, “la obra artística forma un contrapeso del mundo político en la lucha por las almas humanas”.
Sin embargo, añade, el artista muchas veces se olvida de su poder y de su no-conformismo esencial y cambia, “pero eso no ocurre de manera impune, se refleja en su arte; el artista lo sabe, sabe que está haciendo un arte que no es sino apariencia, un producto a la venta. Curiosamente, ni artistas ni políticos parecen percibir esta relación peligrosa de cuando el arte se prostituye con la política”.
De todo eso trata ni más ni menos Tala, en la que el narrador, la voz original, Bernhard, describe devastadoramente una cena de artistas en Viena, en casa de un matrimonio de mecenas, con los que eran su grupo veinte años atrás —incluido un famoso actor del Burgtheater convertido en bufón— y en los que critica el esnobismo, la vanidad, la venta al éxito y el dinero y la subordinación a los poderes públicos. La excusa de la reunión es recordar a una vieja amiga muerta, una bailarina que se ha suicidado. Sobre la relación de ese mundo artístico austriaco y el polaco, Lupa apunta que Tala “pertenece a una realidad muy concreta, habla de personas reales, con nombres propios. Yo me daba cuenta de que si hacía un espectáculo sobre Viena, sobre la gente que no conocemos en Polonia no conseguiría trasladar el fenómeno del libro de Bernhard, por lo tanto hemos hecho una trasferencia proyectando las mismas cosas en el ámbito de Polonia”. No era, dice, su intención “construir un texto lleno de alusiones, sino más bien trasladar algunos arquetipos” al ámbito polaco.
Lupa explica que Tala es muy oportuna en su país, donde, denuncia, “cada vez son más fuertes la corriente nacionalista y las formas patrióticas, muchas veces al borde del fascismo”. ¿Cree Lupa que la sociedad polaca es similar a la sociedad austriaca contra la que arremetió Bernhard? “Soy muy crítico con la situación de la cultura en Polonia. Veo muchas similitudes entre Austria y Polonia. Cuando tuvo lugar en mi país el tan esperado cambio y aparecieron los nuevos gobernantes, ya Kantor advirtió de que estaba asustado ante sus discursos que no concedían importancia al arte. Hoy en día la relación de las autoridades políticas con la cultura es muy mala. Falta el discurso de la gente de la cultura, a la que desprecian”.
El director señala que Bernhard habla “de los mismos espacios o salones artísticos de encuentro de la gente de cultura al servicio de acciones de índole política”, de un mundo político “cada vez más mediocre y estúpido, y no entiendo como los artistas en masa toleran esa estupidez”.
Hay un elemento, le señalo, que comparten tradicionalmente las sociedades austriaca y polaca que es el antisemitismo. “Eso es muy importante en Tala. Cuando montamos Extinción, de Bernhard, en 2001, coincidió con el desvelamiento de la masacre de Jedwabne, que fue un shock, porque desnudaba el antisemitismo polaco. Eso aparece también aquí. El antisemitismo es solo uno de los tipos del primitivismo nacionalista que aparece siempre cuando la cultura se hace más primaria”.
Sorprende en la Polonia actual que muchos jóvenes desconocen los nombres de Grotowski o Kantor. “La causa de esa ignorancia está en en el acceso tan fácil a tanta información que parece haber vuelto innecesario el trabajo en profundidad e individual. Hemos llegado a un punto en que la omnipresencia de la ignorancia se vende como un logro de la libertad. Eso me espanta”.
¿Se siente Lupa el Bernhard de Polonia? “De hecho me siento muy solitario, más que hace diez años, pero a lo mejor es la edad. Sin embargo, a diferencia de Bernhard no soy un pesimista fatalista, creo profundamente en la fuerza transformadora de la cultura”.

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