Àlex Rigola: "Busco chispazos de belleza, no un teatro lineal"



Fuente: Alberto Ojeda (elcultural.com) | Foto: David Ruano

Àlex Rigola (Barcelona, 1969) dejará Venecia este verano, después de seis años al frente de la sección de teatro de la Bienal. Es el desenlace previsible al cambiar el festival de presidente. La costumbre es que el nuevo designe a su propio equipo. En este tiempo, el director catalán ha sembrado la capital véneta de laboratorios escénicos, en los que algunos tótems del teatro europeo han desarrollado los embriones de sus espectáculos fronterizos e híbridos. Muy difícil es deslindar ya en ellos la sintaxis teatral tradicional de la cultivada por las artes plásticas. Esa es la corriente que se impone en Venecia y cuya onda expansiva intenta abrirse paso en las carteleras. Tendrán que salvar inercias y prejuicios que pretenden encauzarla hacia un espacio marginal.

Tanta experimentación también ha calado en el trabajo Rigola, que no ha dejado de manufacturar sus propios montajes, cada vez con una vocación de vanguardia más explícita. Acaba de presentar en el Teatro Nacional de Cataluña su adaptación de Incerta glòria, el novelón de Joan Sales sobre la Guerra Civil, poco conocido hasta la fecha pero que va cobrando impulso. Al decir de algunos críticos, esta obra es lo más cerca que ha estado la narrativa catalana de Dostoiesvki. Y para octubre desvelará en la Abadía su versión del cóctel de abstracción y onirismo que Lorca derramó sobre El público. De todos estos trabajos (más bien desafíos) y de su fértil paso por la Bienal habla con El Cultural, al teléfono desde su casa en Barcelona, mientras sus dos hijos, de 6 y 8 años, se le van cayendo dormidos a su lado en mitad de la noche.

Llegó a Venecia con la intención de potenciar los talleres. ¿Han dado los frutos esperados?
Esta vez sí estoy safisfecho. Y mire que eso es difícil: soy insoportablemente autocrítico, rara vez me quedo contento con lo que hago. No quería reproducir el modelo de otro festival, sino hacer algo específico, adaptado a la idiosincrasia de una ciudad en la que casi todo el mundo está de paso. La idea era que grandes figuras organizasen talleres en los que sus participantes, casi todos profesionales jóvenes en proceso de asentar su personalidad artística, pudieran absorber su magisterio. Ellos se ponen a las órdenes del maestro pero la investigación es un esfuerzo conjunto. De esos laboratorios han salido algunos espectáculos y muchas conexiones. Todo en un ambiente muy cosmopolita, en una auténtica Babel escénica.

El Frinje ha redoblado su apuesta por los laboratorios y reducido la exhibición. Parece que su modelo va calando...
En Madrid impartirá de hecho un taller Carlota Ferrer, que ha estado en Venecia varios años. Quizá la diferencia es que el Frinje está pensado para un entorno más local, pero es cierto que hoy día juega un papel crucial, tras la desaparición del Escena Contemporánea. Las políticas públicas han dejado caer muchos festivales. Los más afectados han sido los que apuestan por un teatro que se funde con otras artes y que necesita más tiempo para implantarse por su carácter novedoso. Espacios como el Frinje son absolutamente necesarios. Las artes escénicas también necesitan su I+D para avanzar, como cualquier otro sector. El modelo de ensayar dos meses un texto ya escrito y estrenarlo después no le vale. Aquí el texto puede nacer en el propio taller, a partir del trabajo de cada día. Los recortes han dejado a España en una posición de inferioridad para competir en este terreno.

¿Cuáles son los países a la cabeza en I+D escénico?
Hay personalidades geniales que pueden aflorar en cualquier lugar. Pero se nota que donde el apoyo institucional es más fuerte, donde se plantan semillas, los resultados son mejores. Frente a Francia y Alemania, tenemos poco que replicar. Por ejemplo, es envidiable su canal de televisión, Arte, dedicado sólo a cultura y arte. Y el fenómeno de Bélgica es impresionante. De allí han salido Plattel, Lauwers, Fabre, Van der Keybus, Rosas... No es casualidad esa hornada.

Creo que no le tiene mucha fe al cacareado mecenazgo...
No son las empresas las que deben decidir la cultura de un país, son los ciudadanos. Una compañía se rige por la lógica de la rentabilidad. Difícilmente apostaría por un teatro experimental. Y hay que preguntarse también por el dinero que dejarían de ingresar las arcas públicas debido a las desgravaciones. Veo algo ingenua esa ilusión por el mecenazgo.

Volviendo a Venecia. No parece que sea fácil poner a remar coordinadamente a tanto gurú. ¿Cómo ha manejado todos esos egos revueltos?
Uno ya tiene cierto oficio. Hay que explicarlo todo muy bien de entrada. Todos han querido repetir, porque en Venecia pueden confrontar su trabajo con profesionales y tener una reacción directa e inmediata.

De España ha contado con Lluís Pasqual y con La Zaranda.
Pasqual ha desarrollado buena parte de su carrera en Italia, casi tanta como en España. Los italianos le conocen muy bien y les gusta. Por eso tenía sentido que estuviera aquí. Todo lo contrario con La Zaranda. Apenas se les conoce. Creo que era un regalo traer su personalísimo estilo. Eso es lo que busco: que vengan artistas reconocibles con un solo un trazo. Para mí La Zaranda es a las artes escénicas españolas lo que Tadeusz Kantor a las polacas.

¿Tiene intención de dirigir de nuevo un teatro u otro festival? ¿Hay ofertas?
Hoy mismo me acaban de llamar para proponerme encabezar un teatro con tres salas y les he dicho que no. Estar viviendo todo el tiempo con las maletas hechas no es sencillo. Esa es la vida del artista, a la que mi en caso se suma la de gestor. No descarto nada pero me apetece parar y centrarme en propios proyectos.

El último que ha presentado es Incerta glòria. ¿Qué aporta la voz de Joan Sales al numeroso coro de narradores que se han ocupado de la Guerra Civil?
La guerra no es la protagonista, sino el desencadenante de reflexiones filosóficas. Son pensamientos y dilemas propios de una persona que encara la senectud pero aquí están en boca de jóvenes de menos de 30 años, a los que la contienda los ha hecho envejecer aceleradamente. La novela se centra en el frente del Ebro, en la peripecia de un teniente republicano muy crítico con su bando. Kierkegaard está de fondo y la angustia existencial que implica la libertad de decidir sobre todo, desde la cuestiones más mundanas hasta si creer en Dios.

¿Y qué le ha empujado a El público?
La locura. Es un texto que me apasiona. No sé si llegaremos a la excelencia de Lluís Pasqual a mediados de los 80, un hito de la escena española. Me apetecía porque es una obra que cuestiona el papel del artista. Tiene un grado de simbolismo extremo pero la poesía lorquiana te permite saber qué terreno pisas en cada momento.

Algunos la consideran irrepresentable: por su carácter abstracto e inacabado...
Yo estoy cada vez más lejos de la lógica aristotélica, del teatro lineal con un planteamiento, un nudo y un desenlace. No entiendo por qué si en pintura hemos asumido perfectamente a Rothko, en teatro cuesta tanto asimilar ciertas propuestas. Creo en la sucesión de chispazos de belleza y de sugestión, sin agobiarme con el sentido y sin aburrir, claro.

¿Vio El público del Real?
No, pero se me hace extraño encerrar y acotar este texto en una partitura.

Ha dirigido tres óperas, la última, Madama Butterfly, en la Fenice, como parte de su compromiso con la Bienal. ¿Tiene una querencia natural hacia el género lírico o se aproxima a él sólo a golpe de encargo?
De la ópera me llama la música, que tiene ese componente dionisíaco que tanto me atrae. Te induce sensaciones imposibles de racionalizar, como la poesía. El problema es que lo que más me gusta de ella no se lo puedo ofrecer al público: es ensayar un dúo a las 10 de la mañana, cuando tu cuerpo está todavía arrancando para el nuevo día. Es un gozo esa intimidad. Los cantantes trabajan con el piano y no tienen la preocupación de atravesar con la voz una orquesta. Se relajan y dan lo mejor de sí mismos, con sencillez y sutileza, ajenos al histrionismo habitual de la ópera.

¿Sigue leyendo a Bolaño con ánimo de escenificarlo?
Sí, ya hay un nuevo proyecto en marcha pero no puedo decir mucho todavía. Parte de Chile y quizá acabe en coproducción con España.

Un idiota en la platea

Dice que hay montajes que le hacen sentirse un idiota. ¿Qué le lleva a esa impresión?

Es curioso que hay grandes actores de cine que cuando se suben a un escenario se convierten en momias antiquísimas. Te quedas alucinado. No sé qué piensan del teatro. Luego hay un tipo de director que te puntúa hasta los momentos en que debes reír. Por favor...

Denuncia que España ha sufrido un grave retroceso en las artes escénicas durante la crisis. Ahora que empezamos a ver algo de luz, ¿qué balance hace de estos ‘años críticos'?
Los avances cívicos de Europa habían ruborizado a muchos. La crisis se ha utilizado para desmantelarlos y ha dejado claro que el poder de los gobiernos es minúsculo frente al de las grandes corporaciones. Para el desmontaje es necesario anular el pensamiento, para lo que es necesario anular el conocimiento, para lo que es necesario anular la educación y la cultura. Y atiborrar a la gente de mucho fútbol. Que no falte en la televisión.


Entre Pasqual y La Zaranda

Serán 13 espectáculos los que se levanten en la Bienal. Asomarse a los nombres de sus autores es hacerlo a la historia de la vanguardia escénica europea en las últimas décadas. Veamos: Ostermeier, Castellucci, Latella, Richter, Lauwers, Marthaler... Este último abre la fastuosa programación con Das Weisse vom Ei/Une île flottante, obra inspirada en Le Poudre aux yeux de Eugène Labiche en la que retrata las trampas del lenguaje. El director suizo recogerá también el León de Oro. El de Plata tendrá destinataria catalana: la Agrupación Señor Serrano, capaz de importar desde el teatro los códigos del cine. En esa constelación de figurones, Rigola le ha hecho hueco a dos insignes representantes de nuestras tablas. Lluís Pasqual esgrimirá la finura de su Caballero de Olmedo y La Zaranda levantará acta de su pesimismo respecto al homo contemporaneus, sometido, a su jucio, al Régimen del pienso.

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