EL CORATGE DE MATAR



TEXTO: LARS NORÉN
TRADUCIÓN: JOAN CASAS y CAROLINA MORENO
DIRECCIÓN: MAGDA PUYO
INTÉRPRETES: NAO ALBET, MANEL BARCELÓ y MARIA RODRÍGUEZ
DURACIÓN: 1h 40min
FOTOGRAFIA: MAY ZIRCUS
PRODUCCIÓN: TEATRE NACIONAL DE CATALUNYA y VELVET EVENTS
SALA PETITA (TNC)

Hay novelas que dejas a la mitad porque parecen pescadillas que se muerden la cola de la cantidad de veces que repiten la misma historia. Algo parecido le pasa a El coratge de matar, el 80% de la obra es un giro sobre el mismo eje que no nos lleva a ninguna parte, más allá del inicio de un más que notable aburrimiento. Y siento la expresión, no hay nada peor que aburrirse en una platea, al menos para mí. 

Al dramaturgo sueco Lars Norén le descubrí hace unas temporadas en el Versus Teatre, donde una jovencísima compañía representaba Kyla, un texto sobre la immigración, la juventud y la violencia que ponía los pelos de punta. Angustía, sensación de ahogo es lo que buscava en esta nueva obra del autor sueco, pero nada parecido es lo que encontré. 

El coratge de matar habla de las relaciones familiares, más concretamente las de un padre y su hijo. El padre, un sensacional Manel Barceló, que se ha quedado víudo, al que la pensión no le llega para vivir y que se intenta refugiar en un inexistente cariño por su hijo. A medio camino entre el victimismo llevado al extremo y una desesperació real, intenta en vano recuperar la relación con un hijo que no quiere saber nada de él. El hijo, Nao Albet correcto pero que no llega a estar a la altura del más que brillante Barceló, repite hasta la saciedad que los esfuerzos de su padre siempre serán en vano, no tiene ninguna intención ni necesidad de recuperar la unión paternofilial. Y aunque el combate de los dos es uno de los mejores y logrados momentos del montaje, después de más de una hora de repeticiones de los mismos argumentos, necesitamos algo más para no caer en un más que probable sopor.

La aparición de Radka, Maria Rodríguez, la abnegada pareja del hijo parece por unos minutos conseguir un break en la repetición dramatúrgica. Pero Lars Norén ha dibujado un personaje excesivamente plano, al que le falta voluntad para ser algo más que una simple estatua móvil, como las si las que pueblan la escenografía fueran pocas. Ni siquiera las escenas a solas entre el padre y Radka levantan un montaje que ya está herido de muerte.

Lo mejor sin duda, es la escenografía de Pep Duran, un enorme estudio de artista donde vive el hijo, lleno de estatuas, cuadros... Y la iluminación de Maria Domènech (aii) que le hace brillar. Pese a todo, a lo que no me ha acabado de convencer, es de agradecer que en el teatro público por excelencia dé voz y lugar a los nuevos dramaturgos internacionales. Esperemos que Lorén sea la primera piedra que haga perder el miedo a representar obras de la dramaturgia contemporánea norte-europea. Adelante.

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