de CALDERON DE LA BARCA
versión y dirección XAVIER ALBERTÍ
dramaturgista ALBERT ARRIBAS
intérpretes CRISTINA ARIAS, ALEJANDRO BORDANOVE, ANTONI COMAS, ELVIRA CUADRUPANI, JORDI DOMÈNECH, RUBÈN DE EGUIA, ROBERTO G. ALONSO, ORIOL GENÍS, LARA GRUBE, SÍLVIA MARSÓ, JORGE MERINO, MONT PLANS, AINA SÁNCHEZ y DAVID SOTO
duración 1h 20min
fotografías MAY ZIRCUS
producción TEATRE NACIONAL DE CATALUNYA y COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO CLÁSICO (CNTC)
SALA GRAN (TNC)


Van pasando los años y cada vez estoy más convencida que ciertos clásicos deberían ocupar un lugar en la biblioteca pero que no son necesario que salgan de allá. Ni que decir tiene que en el teatro clásico español hay grandes reliquias, pero que el tiempo ha hecho mella en ellas y que por mucho que queramos "nos quedan lejos".

Es innegable el papel que ocupa Calderon de la Barca en la historia teatral en castellano, pero los años pasan y determinados usos lingüísticos no resuenan en nuestros oídos con la misma belleza que sonaron tiempo atrás. A los pocos minutos quedan demostrado, con un monólogo que se hace largo del Padre de Familias, Jorge Merino. Si bien es cierto que el verso no suena igual en todas las interpretaciones, ni catalanes ni castellanos, simplemente es un punto en contra de todo actor y algo que se debería cuidar más. No hay color, a nivel de vocalización, tono, entonación, entre el monólogo de Culpa, Sílvia Marsó, con el citado de Merino.



Versos aparte, el montaje es un auténtico desfase, ver un auto sacramental convertido en una noche de desenfreno del antiguo mundo del Paral∙lel, entre plumas y desenfreno de todo tipo. Con un argumento tan conocido como manido por los siglos, la puesta en escena con una escenografía de Max Graenzel, que guarda para la parte final sus mejores bazas, es el único punto donde la mirada del espectador puede escapar de frases que abusan de simbolismos y que generan repeticiones innecesarias para alargar un más que esperado final.



Interpretativamente es muy desigual y  discontinua. Nadie sobresale más allá de las vestimentas, diseñadas por Marian Garcia Milla, una mezcla entre el siglo de Calderon y la revista del Paralelo. Actores desaprovechados, que vagan por el escenario donde parece que buscan que alguien les marque el destino más allá del texto y una dirección discutiblemente invisible.

Y sí, el mundo gira, y ha dado unas cuantas vueltas desde 1635, los 'pecados' han dejado de considerarse tales pero uno no se salva así como así del perdón del público que no llenaba la Sala Gran y que quizás espere a ser redimido de puertas para fuera. Veremos si el juicio final gana más bondad por parte de la audiencia madrileña. La piedad está ahora en sus manos.  

de LARS VON TRIER
traducción del inglés PAU MIRÓ
dramaturgia PAU MIRÓ y SÍLVIA MUNT
dirección SÍLVIA MUNT
intérpretes ANDREU BENITO, JOEL BRAMONA/JAUME SOLÀ, BRUNA CUSÍ, ANNA GÜELL, ANDRÉS HERRERA, JOSEP JULIEN, LLUÍS MARCO, ÀUREA MÁRQUEZ, ALBERT PÉREZ, ALBA RIBAS y DAVID VERDAGUER
duración 1h 35min
fotografías ROS RIBAS
producción TEATRE LLIURE
TEATRE LLIURE (MONTJUÏC)

Quizás fuera uno de los montajes que más ganas tenía de descubrir. Sin ser muy fan de Nicole Kidman, su mirada se te queda grabada después de ver la película. Sin pantallas de por medio, y con un ritmo muy diferente, Sílvia Munt nos traslada el ritmo cinematográfico a la pausa, a un tempo más teatral, más lento.

Y esa lentitud hace, que aunque la historia te lleve, y tenga un esperado final, hay piezas que no acaban de casar. Un reparto desaprovechado, con una dirección y puesta en escena conservadora. La sala grande del Lliure se vuelve inmensa, desangelada, donde la vida está congelada durante noventa minutos. Los personajes estereotipados no ayudan, la falta de matices provoca interpretaciones planas, sin sentido.



La escenografía de Max Graenzel abre la sala al bar del pueblo, un espacio inmenso que no hay nada que lo llene. Se echa de menos la angustia de un texto que debería tirar más de thriller psicológico pero que no consigue mantener esa tensión que promete.

Sílvia Munt y Pau Miró han retocado el texto, la historia y la duración, pero se han olvidado de convertir los personajes en seres humanos. Más allá de los gritos, el esquema de personajes se parece más a simples maniquíes que han cobrado de repente vida que seres de carne y hueso. Pues sí, al final Dogville sí que es un pueblo cualquiera.